domingo, 6 de enero de 2008

No todo tiempo pasado fue mejor


EL PASADO 28 de diciembre inauguramos la señalización y mejora de lo que fue el Camino Real de Chasna, una de las vías de comunicación más importantes de la Isla hasta la construcción de la carretera en la primera mitad del siglo XX. El Camino de Chasna discurre por un paisaje alterado por el hombre en una dura lucha por sobrevivir en un territorio poco afortunado por la naturaleza.
No olvidemos que aquí se cultivan tierras hasta cotas insospechadas, alcanzando en algunos puntos los 2.000 metros de altura, sólo comparable con los cultivos en los Andes americanos o en las estribaciones del Himalaya. El encontrar higueras, castaños y otros frutales en altura de 1.800 metros pone de manifiesto el esfuerzo que ha hecho el hombre para sobrevivir en esta ladera del sotavento tinerfeño, pues no sólo dependían del pastoreo, sino que se intentaban conseguir complementos económicos de una pobre agricultura de secano en unos suelos ya de por sí limitados por los procesos erosivos.
Es en este marco geográfico en el que la deforestación fue la nota dominante, desapareciendo casi en su totalidad los antiguos pinares y escobonales para buscar tierras para pastos o bien para sembrar lentejas, cebada y centeno. En esta zona se construyeron, sin duda, las viviendas más altas de Canarias, como es el caso de las casas del Marrubial a 1.800 metros de altura; viviendas ubicadas en las proximidades de una antigua mina de jable que se utilizó en el mundo chasnero para la construcción de huertas para los cultivos de papas. No olvidemos que hasta que las primeras galerías dieron agua en el sotavento insular, la población de Vilaflor miraba hacia Las Cañadas, tanto para buscar pastos en el verano como combustible, unido a esas precarias comunicaciones con el norte a través del paso por Las Cañadas.
Con los alumbramientos de agua de nuestras galerías comienza en la costa del sur tinerfeño una actividad económica, tanto con los cultivos de exportación -tomates y plátanos- como con los de subsistencia, que permite a nuestra población dejar de vivir de lo que ofrece el monte para participar en la nueva agricultura de regadío. Y es posteriormente la actividad turística la que va a ofrecer alternativas económicas y sociales a la población chasnera y, en consecuencia, comienza la recuperación de nuestros montes, tanto por las repoblaciones realizadas por las Administraciones como por la implantación natural de los antiguos pinos padre al diseminar las piñas en ese proceso de recuperación que han tenido los montes del sotavento insular en los últimos 40 años.
Por ello, el paisaje que podemos contemplar hoy es marcadamente diferente al de nuestros padres y abuelos, por lo que la sociedad de ocio que demanda caminar y encontrarse con la naturaleza nos permite recrearnos en un camino que pone de manifiesto un pasado muy cercano cargado de vivencias, como son los frutales que aún perviven en las huertas de jable, como es el caso de las fincas de Galindo, canales, tajeas para el transporte de aguas, galerías y un largo etcétera de un ayer de esfuerzo y trabajo y dificultades. En consecuencia, una lectura desde el camino de una cultura que lea este espacio indica también que no todo tiempo pasado fue mejor y que gran parte de la naturaleza que tenemos en las cumbres de Tenerife debemos agradecerla a que tenemos una actividad económica en las zonas bajas que nos permiten el no mirar con lenguaje económico lo que hasta hace unos años fue duramente machacado en un intento de sobrevivir en un territorio de recursos muy limitados.
Por ello, los ejemplares de pinos que tenemos en Vilaflor, en muchos casos en fincas privadas, debemos entenderlos como una referencia histórica cultural de un pueblo que, a pesar de sus escasos recursos, hizo un gran esfuerzo para no aplicar el hacha a todo lo que encontraba en su entorno, aunque necesitara madera, leña y carbón para sobrevivir cada día. Por ello, este camino de Chasna es una lectura viva del ayer y un compromiso de futuro para que nuestra sociedad cada día deje de ver la naturaleza desde la ventanilla del coche y la lea como un elemento vivo de una cultura muy arraigada en nuestro territorio.

Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 6 de enero 2008