EL PASADO FIN DE SEMANA se han celebrado dos romerías
muy arraigadas en el Archipiélago, la de la Virgen de los Reyes, en El Hierro,
y la de la Virgen de las Nieves, en La Palma. En las dos concurren una serie de
aspectos históricos, religiosos y culturales fuertemente implantados en nuestra
sociedad. Como casi siempre, intento establecer un análisis crítico de los
fundamentos de este tipo de celebraciones, tan vinculadas al pasado rural y
agrícola de nuestro pueblo.
Sin entrar en los aspectos religiosos de la fiesta, sí que
me gustaría comentar el apartado socio-folclórico de una festividad que
conmemora su herencia rural, que se reencuentra con lo mejor de su pasado, que
lo recuerda con orgullo y no se acompleja por escenificarlo y mostrarlo. Sin
embargo, es notorio que -desgraciadamente- sólo en este tipo de
"romerías" es cuando nos acordamos y valoramos nuestro patrimonio
rural, tanto en usos y costumbres, como en mantenerlo como una actividad viva y
dinámica sobre el territorio. Algo fundamental en estas islas, La Palma o El
Hierro, que aún mantienen algo de la reducida actividad agrícola en Canarias.
No es de recibo toda esta parafernalia cuando, por otro lado, a uno le sirven
un plato de papas arrugadas o de batatas (boniatos, en La Palma) importadas de
Israel, por citar algunos de la amplia gama de ejemplos que podemos encontrar
estos días. Asimismo, deberíamos preocuparnos, al menos con la misma
intensidad, por las dificultades que tienen la cultura y la economía del mundo
rural para arraigar entre los más jóvenes, cada vez más distantes de ella por
gusto y aficiones. De esta forma, tal vez lograríamos ralentizar y detener el
proceso de abandono y degradación del mundo rural en las Islas.
Desde La Dehesa a Valverde, por el camino de la Virgen, o
desde Las Nieves hasta Santa Cruz de La Palma, los miles de romeros que
recorren estos caminos apenas aportan algo de aliento a la cultura y al paisaje
cultivado, y a los que aún lo mantienen a duras penas. ¿Qué futuro tiene la
Bajada de la Virgen, sin pastores en La Dehesa, ni higos pasados en El Pinar o
sin vino del país, en el ritual de los romeros? Qué decir de los miles de
trajes de mago (algunos de los cuales se cotizan ya por encima de los 1.000
euros) para estas fiestas, o de las cangas, guatacas, almudes, balayos o
cedazos que decoran balcones, muros y ventanas de las casonas de la Calle Real,
en Santa Cruz de La Palma. Los aperos de labranza se han convertido en objetos
de museo, antigüedades sin mayor valor que los años que tengan. En definitiva,
poco sentido tienen estas romerías más allá del aspecto religioso y lúdico, si
no hay conexión real con la cultura rural que rememoran. La gente no ha dejado
el campo por gusto, sino por falta de dignificación social y económica, que es
algo que aún podemos y debemos recuperar para el futuro, pero también para el
presente más inmediato. El mañana es hoy.
Sin pretender herir o molestar a nadie, se trata de motivar
una visión crítica de lo que pudimos ver estos días en La Palma, con miles de
hombres y mujeres isleños vestidos con las indumentarias que imitan el pasado,
pero, al mismo tiempo, desvinculados de lo que representan. Es evidente que
nuestra juventud no contempla el campo entre sus expectativas de futuro, no
mira hacia él más allá de los aspectos folclóricos, religiosos o festivos.
Creemos estar en la obligación de "contaminar"
-como diría el güimarero Pedro Guerra- a nuestros jóvenes con una cultura de la
tierra que -indudablemente- tiene mucho de reivindicativo, de mejora en la
consideración social y económica del campo y de sus campesinos. Sin nada de
nostalgia ni de alegatos bucólicos. Para ello, los primeros que han de
acercarse a la realidad de la agricultura son los que se encuentran en las
edades más tempranas, con una nueva visión del mundo, que demuestre un mayor
compromiso con esta tierra y con el futuro de este pueblo. En definitiva, entre
jóvenes y menos jóvenes hemos de apostar por un futuro que no deje al margen a
nuestro agro, que es una parte esencial de nuestro acervo cultural y social,
que no nos podemos permitir el lujo de perder para las generaciones venideras.
Luchemos por conservarlo, de la misma manera que abogamos por defender nuestros
espacios naturales, los parques nacionales o las iglesias. La cultura rural
también es una parte importante de nuestro patrimonio histórico, menos tangible
pero muy real y cercana.
Como bien dijo el sociólogo francés Frank Fanon, "el
campo no es para los condenados de la tierra, sino para sembrar y plantar el
futuro de una sociedad equilibrada".
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 10 de Julio 2005