EN LA CULTURA TRADICIONAL del campo es en este mes de
agosto, entre el 1 y el 24, cuando se cogen las "cabañuelas", que
indicarán al campesino cómo será el tiempo del año siguiente. Este sistema,
poco convencional y empírico, se encuentra muy arraigado en los ámbitos
rurales, en especial, en lugares de meteorología incierta como Canarias, con
pocas y desiguales precipitaciones, donde anticipar los problemas supone una
ayuda inestimable para la supervivencia propia y de los cultivos.
En la actualidad, a pesar de que contamos con grandes
centros de meteorología y de observación de la atmósfera, satélites, etc.,
persisten demasiados interrogantes como para convencer al agricultor de que las
cabañuelas ya no son necesarias. El clima, a pesar de toda la tecnología
imperante, continúa dando desagradables sorpresas con una frecuencia creciente,
desde la tormenta del 31 de marzo al Delta del pasado año.
En una dinámica similar se encuentran nuestros vecinos
africanos del sur, que aprovechan las bonanzas de finales del verano y
principios del otoño para cargar sus artesanales naves de carne humana,
ilusiones y miedo a raudales, para poner proa hacia Canarias, hacia Europa,
hacia los sueños de la tierra prometida. Hace unos pocos años, en la década de
los cuarenta, éramos nosotros los que nos embarcábamos hacia América para
escapar de la miseria, no sólo económica sino también social y política de
España, convertida hoy en -presunto- estandarte de la Europa Mediterránea de
prosperidad y solidaridad. La vela de antaño ha sido sustituida por motores
japoneses de última tecnología y sistemas de navegación por satélite. A pesar
de estos adelantos técnicos, hombres y mujeres de África mueren cada semana en
la ignominia y ante la indiferencia criminal de sus gobiernos de opereta. Mal
parados salen también los políticos de Madrid y de algunas comunidades
autónomas. Unos por palabras vacías, políticamente correctas, pero faltas
absolutamente de contenido, y otros por rasgarse las vestiduras por recibir
inmigrantes en su territorio. Lo bueno de estas actitudes es que ya la sociedad
canaria no es un colectivo de ignorantes, sabe cuando le mienten o le toman el
pelo, nadie queda impune ante el ojo público. Se habrá visto en los últimos
tiempos una broma mayor que el presuntuoso y pretencioso operativo Frontex, que
iba a resolver todos los problemas desde Bruselas. No aprendemos.
Los canarios asistimos impotentes e indignados a las frases
y a los discursos de solidaridad estéril, con la idea creciente de que las
distancias no son sólo geográficas sino también mentales. Esa tradicional
incomprensión de la metrópoli respecto a las Islas no es un fenómeno nuevo
-basta con releer nuestra historia más y menos reciente- pero siempre tenemos
la vana esperanza de que con la llegada de nuevos tiempos se hubiera logrado
superar este obstáculo secular.
Resulta especialmente triste la actitud de los gobiernos de
algunas comunidades, como la murciana, que se harta de pedir solidaridad al
resto de España para concretar trasvases de agua desde el Ebro y del Tajo. Tal
vez sus gobernantes desconocen que esta solidaridad reclamada es un camino de
ida y vuelta, en otras palabras, estamos todos a las duras pero también a las
maduras. Los inmigrantes que anegan cada día nuestros puertos, comisarías y
centros de retención son un problema de los otros, parecen pensar algunos.
Lamentable que uno de los problemas en torno a este tema sea quién y cuántos
inmigrantes cuenta. En Canarias los recibimos todos y no nos preocupamos por la
calculadora. El caso de los menores es sangrante, sin ningún tipo de apoyo
exterior, no hay solidaridad para ninguno, y desde Madrid nos dicen que el
problema es la ley y se lavan las manos. Deberíamos reflexionar si este tipo de
actitudes no es la que -de verdad- rompe un estado en contra de la tan
criticada reforma del Estatut de Cataluña, por parte del Sr. Rajoy. Es muy
difícil en este tipo de temas predicar y dar trigo a la vez, es decir, mucha
solidaridad en el verbo y escasa en el compromiso real.
Me temo que el horizonte inmediato es bastante negro y
pesimista, las cabañuelas para la mar en los dos próximos meses indican que los
cayucos continuarán arribando a las costas del Archipiélago y asistiremos a
dramas humanos de una mayor intensidad para los que sobran las palabras y se
necesitan acciones directas y concretas, de apoyo nacional y supranacional, con
solidaridad, con recursos y con rigor. Si esto no se cumple, la paciencia de
este pueblo tiende a agotarse ante la pasividad e indiferencia del gobierno
europeo, central y de algunas autonomías peninsulares. El temido fantasma de la
xenofobia puede aparecer en cualquier momento entre nosotros mismos, antiguo
pueblo de emigrantes y hoy, casi medio siglo después, auxiliadores de
inmigrantes africanos, pero con un límite de territorio, recursos y paciencia.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 27 de Agosto 2006