domingo, 27 de agosto de 2006

Cabañuelas y cayucos


EN LA CULTURA TRADICIONAL del campo es en este mes de agosto, entre el 1 y el 24, cuando se cogen las "cabañuelas", que indicarán al campesino cómo será el tiempo del año siguiente. Este sistema, poco convencional y empírico, se encuentra muy arraigado en los ámbitos rurales, en especial, en lugares de meteorología incierta como Canarias, con pocas y desiguales precipitaciones, donde anticipar los problemas supone una ayuda inestimable para la supervivencia propia y de los cultivos.

En la actualidad, a pesar de que contamos con grandes centros de meteorología y de observación de la atmósfera, satélites, etc., persisten demasiados interrogantes como para convencer al agricultor de que las cabañuelas ya no son necesarias. El clima, a pesar de toda la tecnología imperante, continúa dando desagradables sorpresas con una frecuencia creciente, desde la tormenta del 31 de marzo al Delta del pasado año.
En una dinámica similar se encuentran nuestros vecinos africanos del sur, que aprovechan las bonanzas de finales del verano y principios del otoño para cargar sus artesanales naves de carne humana, ilusiones y miedo a raudales, para poner proa hacia Canarias, hacia Europa, hacia los sueños de la tierra prometida. Hace unos pocos años, en la década de los cuarenta, éramos nosotros los que nos embarcábamos hacia América para escapar de la miseria, no sólo económica sino también social y política de España, convertida hoy en -presunto- estandarte de la Europa Mediterránea de prosperidad y solidaridad. La vela de antaño ha sido sustituida por motores japoneses de última tecnología y sistemas de navegación por satélite. A pesar de estos adelantos técnicos, hombres y mujeres de África mueren cada semana en la ignominia y ante la indiferencia criminal de sus gobiernos de opereta. Mal parados salen también los políticos de Madrid y de algunas comunidades autónomas. Unos por palabras vacías, políticamente correctas, pero faltas absolutamente de contenido, y otros por rasgarse las vestiduras por recibir inmigrantes en su territorio. Lo bueno de estas actitudes es que ya la sociedad canaria no es un colectivo de ignorantes, sabe cuando le mienten o le toman el pelo, nadie queda impune ante el ojo público. Se habrá visto en los últimos tiempos una broma mayor que el presuntuoso y pretencioso operativo Frontex, que iba a resolver todos los problemas desde Bruselas. No aprendemos.
Los canarios asistimos impotentes e indignados a las frases y a los discursos de solidaridad estéril, con la idea creciente de que las distancias no son sólo geográficas sino también mentales. Esa tradicional incomprensión de la metrópoli respecto a las Islas no es un fenómeno nuevo -basta con releer nuestra historia más y menos reciente- pero siempre tenemos la vana esperanza de que con la llegada de nuevos tiempos se hubiera logrado superar este obstáculo secular.
Resulta especialmente triste la actitud de los gobiernos de algunas comunidades, como la murciana, que se harta de pedir solidaridad al resto de España para concretar trasvases de agua desde el Ebro y del Tajo. Tal vez sus gobernantes desconocen que esta solidaridad reclamada es un camino de ida y vuelta, en otras palabras, estamos todos a las duras pero también a las maduras. Los inmigrantes que anegan cada día nuestros puertos, comisarías y centros de retención son un problema de los otros, parecen pensar algunos. Lamentable que uno de los problemas en torno a este tema sea quién y cuántos inmigrantes cuenta. En Canarias los recibimos todos y no nos preocupamos por la calculadora. El caso de los menores es sangrante, sin ningún tipo de apoyo exterior, no hay solidaridad para ninguno, y desde Madrid nos dicen que el problema es la ley y se lavan las manos. Deberíamos reflexionar si este tipo de actitudes no es la que -de verdad- rompe un estado en contra de la tan criticada reforma del Estatut de Cataluña, por parte del Sr. Rajoy. Es muy difícil en este tipo de temas predicar y dar trigo a la vez, es decir, mucha solidaridad en el verbo y escasa en el compromiso real.
Me temo que el horizonte inmediato es bastante negro y pesimista, las cabañuelas para la mar en los dos próximos meses indican que los cayucos continuarán arribando a las costas del Archipiélago y asistiremos a dramas humanos de una mayor intensidad para los que sobran las palabras y se necesitan acciones directas y concretas, de apoyo nacional y supranacional, con solidaridad, con recursos y con rigor. Si esto no se cumple, la paciencia de este pueblo tiende a agotarse ante la pasividad e indiferencia del gobierno europeo, central y de algunas autonomías peninsulares. El temido fantasma de la xenofobia puede aparecer en cualquier momento entre nosotros mismos, antiguo pueblo de emigrantes y hoy, casi medio siglo después, auxiliadores de inmigrantes africanos, pero con un límite de territorio, recursos y paciencia.

Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 27 de Agosto 2006