EN LOS PRÓXIMOS DÍAS asistiremos a una explosión de
belleza paisajística y natural, desde el Valle de Haría, en Lanzarote, hasta
los confines del Archipiélago, en el Pinar del Hierro, miles de viejos
almendros se cargarán de flores anunciando el cénit del invierno y el principio
de la cuenta atrás para la llegada de la ansiada primavera. Estas plantas
-antaño cultivadas por el hombre- continúan sobreviviendo, a duras penas, en
nuestro territorio, "huérfanas" de agricultores, de atención, cariño
y de todo tipo de protección ambiental. Es la prueba viviente de que la
naturaleza es sabia y sale adelante a pesar del hombre.
Al almendro le debe mucho esta sociedad. A esa planta
abandonada, sucia, tapada por la maleza y casi un fósil de un pasado que nos
molesta siquiera rememorarlo le deben muchos de nuestros antepasados el poder
superar hambrunas y escasez de alimentos. En la historia social reciente y más
lejana, sólo contados campesinos, el Cabildo Insular de Tenerife y la
Asociación Los Poleos han limpiado y podado varios miles de árboles en los
municipios de Santiago del Teide y Guía de Isora.
No veremos a estos miles de almendros en las estadísticas de
la Consejería de Agricultura. Y ya sabemos que, hoy por hoy, lo que no aparece
en los números no existe o no merece la pena existir. Este solitario
"huérfano" de nuestros campos también comparte destino incierto con
la higuera, que de igual manera malvive y florece sobre ásperos malpaíses,
ocupando en el momento en que escribo estas líneas importantes espacios de
nuestra biodiversidad en los occidentes isleños. Los más significativos son los
campos de almendros entre Guía de Isora y Santiago del Teide (en Tenerife), de
Las Tricias a El Paso (en La Palma), entre Tejera y Artenara (en Gran Canaria),
en el Pinar (en El Hierro), entre otros.
Resulta triste y lamentable que muchas de esas plantas que
perviven a décadas de olvido y marginación, compitiendo por el suelo, el agua y
la luz, con la flora autóctona, se han ido cubriendo de maleza compuesta por
escobones, tabaibas, pinos, magarzas, tasaigos, zarzas y un largo etcétera. Lo
paradójico del caso es que todas esas especies (con la excepción de las zarzas)
se encuentran protegidas y, por tanto, para cortarlas y darle vida a estos
frutales adaptados a lo largo de siglos a Canarias hay que pasar por trámites
administrativos. Por mucho que podamos aprender de la riqueza genética de los
almendros y las higueras, son especies foráneas y según nuestros sabios
ambientales no necesitan ningún tipo de protección ambiental, por lo tanto no
aparecen en el Catálogo Regional de Especies Amenazadas de Canarias.
Pero lo peor no es la falta de defensa legal ante su
destrucción sino la falta de interés económico, ya que las almendras para
nuestra repostería son traídas desde California o Turquía. El único interés que
despierta en esta sociedad es el visual, cuando llegan estas fechas invernales
y el paisaje se tiñe de flores y de vida. La alegría que despierta este
colorido se contrapone con la falta de conocimiento de que estos árboles tienen
sus días contados ante la indiferencia general, por la falta de campesinos que
los salven de la maleza "protegida" que les ahoga, necesitan que los
poden, los limpien. Los agricultores anónimos que los plantaron y los
cultivaron han dejado de atenderlos hace ya cincuenta o cien años.
No deja de resultar paradójico que hablemos de la
importancia del paisaje canario, rural y natural, como un recurso intangible
pero indispensable para nuestra actividad económica más importante, el turismo,
cuando abandonamos a su suerte ese mismo paisaje del que presumimos. Ahora que
están de moda los discursos pseudo-ecologistas, la biodiversidad, las bienales
culturales, etc., al mismo tiempo, un patrimonio de primer nivel se muere ante
la más absoluta indiferencia, individual y colectiva. Sin embargo, algunas
actitudes como la reseñada del Cabildo, la Asociación Los Poleos o del Ayuntamiento
de Santiago del Teide, que celebra este año el décimo aniversario de la
organización de la ya tradicional Ruta del Almendro en Flor nos hacen albergar
esperanzas para un futuro que permita la supervivencia de estos últimos
testigos de nuestro pasado rural.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 21 de Enero 2007