domingo, 21 de enero de 2007

Jardineros anónimos


EN LOS PRÓXIMOS DÍAS asistiremos a una explosión de belleza paisajística y natural, desde el Valle de Haría, en Lanzarote, hasta los confines del Archipiélago, en el Pinar del Hierro, miles de viejos almendros se cargarán de flores anunciando el cénit del invierno y el principio de la cuenta atrás para la llegada de la ansiada primavera. Estas plantas -antaño cultivadas por el hombre- continúan sobreviviendo, a duras penas, en nuestro territorio, "huérfanas" de agricultores, de atención, cariño y de todo tipo de protección ambiental. Es la prueba viviente de que la naturaleza es sabia y sale adelante a pesar del hombre.

Al almendro le debe mucho esta sociedad. A esa planta abandonada, sucia, tapada por la maleza y casi un fósil de un pasado que nos molesta siquiera rememorarlo le deben muchos de nuestros antepasados el poder superar hambrunas y escasez de alimentos. En la historia social reciente y más lejana, sólo contados campesinos, el Cabildo Insular de Tenerife y la Asociación Los Poleos han limpiado y podado varios miles de árboles en los municipios de Santiago del Teide y Guía de Isora.
No veremos a estos miles de almendros en las estadísticas de la Consejería de Agricultura. Y ya sabemos que, hoy por hoy, lo que no aparece en los números no existe o no merece la pena existir. Este solitario "huérfano" de nuestros campos también comparte destino incierto con la higuera, que de igual manera malvive y florece sobre ásperos malpaíses, ocupando en el momento en que escribo estas líneas importantes espacios de nuestra biodiversidad en los occidentes isleños. Los más significativos son los campos de almendros entre Guía de Isora y Santiago del Teide (en Tenerife), de Las Tricias a El Paso (en La Palma), entre Tejera y Artenara (en Gran Canaria), en el Pinar (en El Hierro), entre otros.
Resulta triste y lamentable que muchas de esas plantas que perviven a décadas de olvido y marginación, compitiendo por el suelo, el agua y la luz, con la flora autóctona, se han ido cubriendo de maleza compuesta por escobones, tabaibas, pinos, magarzas, tasaigos, zarzas y un largo etcétera. Lo paradójico del caso es que todas esas especies (con la excepción de las zarzas) se encuentran protegidas y, por tanto, para cortarlas y darle vida a estos frutales adaptados a lo largo de siglos a Canarias hay que pasar por trámites administrativos. Por mucho que podamos aprender de la riqueza genética de los almendros y las higueras, son especies foráneas y según nuestros sabios ambientales no necesitan ningún tipo de protección ambiental, por lo tanto no aparecen en el Catálogo Regional de Especies Amenazadas de Canarias.
Pero lo peor no es la falta de defensa legal ante su destrucción sino la falta de interés económico, ya que las almendras para nuestra repostería son traídas desde California o Turquía. El único interés que despierta en esta sociedad es el visual, cuando llegan estas fechas invernales y el paisaje se tiñe de flores y de vida. La alegría que despierta este colorido se contrapone con la falta de conocimiento de que estos árboles tienen sus días contados ante la indiferencia general, por la falta de campesinos que los salven de la maleza "protegida" que les ahoga, necesitan que los poden, los limpien. Los agricultores anónimos que los plantaron y los cultivaron han dejado de atenderlos hace ya cincuenta o cien años.
No deja de resultar paradójico que hablemos de la importancia del paisaje canario, rural y natural, como un recurso intangible pero indispensable para nuestra actividad económica más importante, el turismo, cuando abandonamos a su suerte ese mismo paisaje del que presumimos. Ahora que están de moda los discursos pseudo-ecologistas, la biodiversidad, las bienales culturales, etc., al mismo tiempo, un patrimonio de primer nivel se muere ante la más absoluta indiferencia, individual y colectiva. Sin embargo, algunas actitudes como la reseñada del Cabildo, la Asociación Los Poleos o del Ayuntamiento de Santiago del Teide, que celebra este año el décimo aniversario de la organización de la ya tradicional Ruta del Almendro en Flor nos hacen albergar esperanzas para un futuro que permita la supervivencia de estos últimos testigos de nuestro pasado rural.

Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 21 de Enero 2007