QUERIDOS LECTORES, cuando hacemos una lectura pausada de
nuestro paisaje y su organización, descubrimos la sabiduría popular que alberga
cada montaña, cada barranco, cada puñado de tierra puesto, apoyado en unas
pocas piedras sobre un risco según su orientación, altitud, solana o umbría,
etc.
En las semanas próximas habrá que recorrer los caminos que
enlazan el Valle de Arriba con el histórico caserío de Arguayo, en el municipio
de Santiago del Teide. Arguayo es un destacado núcleo que emerge sobre un mar
de lavas recientes, del conjunto volcánico que desde el Pico Viejo o Montaña
Chaorra alcanza la Montaña de Bilma, lo que el insigne profesor don Leoncio
Afonso denominó en su día Cumbres de Abeque, este conjunto de lavas y lapillis,
antiguas y recientes, que se desarrolla desde el Barranco de Guía al Barranco
de Santiago y que genera la comarca con mayor número de almendros e higueras de
la isla de Tenerife, y que sólo es comparable al cercano Occidente palmero.
Desde Aripe y Chirche, los Barrancos de Niagara y Tagara, en el este, hasta las
laderas de Cherfe y Guama, por el oeste, nos encontramos en una amplia comarca
con un paisaje en el que cada puñado de tierra fue altamente valorado por
nuestros antepasados, plantando almendros e higueras en las lavas casi
humeantes de las erupciones volcánicas, desde las montañas del Estrecho y del
Centeno, a casi 1.500 metros de altitud, hasta la costa, a 200 metros de
altura. En este complejo marco bioclimático, nuestros sabios campesinos
optimizaron los recursos, puesto que cuando había algo de suelo lo dedicaban a
sembrar cereales (cebada, centeno o trigo) o legumbres (lentejas, arvejas,
chochos?).
En el momento en que los malpaíses dejaban de dominar el
territorio, el suelo se dedicaba a cereales y legumbres, como de hecho ocurrió
en el Valle de Arriba, o en las tierras situadas al este del Barranco de Guía.
Asimismo, existieron otras razones que explican el intenso aprovechamiento del
terruño, como la situación social generada por el Señorío de Valle Santiago.
Esta coyuntura social obligó a los campesinos a buscar espacios insospechados
para los cultivos, deforestando zonas de monte, como lo que ahora conocemos
como Los Baldíos, para conseguir sustento para sus familias.
En estas fechas queremos aportar también nuestra modesta
semilla para plantar y sembrar un compromiso por este paisaje en peligro de
extinción, con su historia y con la gente que lo hizo posible, más allá de
cualquier enfoque ideológico o político, sólo con la apuesta firme por su
conservación para las generaciones venideras. Transcurrida una década desde el
inicio de la tradicional Ruta del Almendro, que pusieron en marcha desde el
Ayuntamiento de esta villa sureña la concejal María Candelaria y su añorado
alcalde, don Pancracio Socas. La cita se ha consolidado, y es una referencia
obligada para los amantes del mundo rural y su idiosincrasia darnos cita en la
Plaza de Santiago para recorrer los caminos que serpentean por un mar de lavas
coloreadas con la flor de cientos de almendros. Lo que en el lenguaje popular y
de los topónimos se conoce también como "mancha".
Esta buena gente de Santiago ha creado una
"sementera" (no confundir con cementera) para un nuevo compromiso con
el campo, plural y solidario, que persigue ahondar en la promoción física y
cultural de este valioso paisaje heredado de nuestros antepasados. Y lo que no
es menos importante, incorporarlo al circuito económico, utilizándolo en
nuestra gastronomía y repostería, a través de una línea renovada de productos
frescos y sanos. El pasado que encontramos en estos almendros e higueras
también es futuro en una sociedad más solidaria y sostenible.
Hemos de entender que el Medio Ambiente no sólo lo componen
los pinos, las tabaibas y el lagarto, sino que también los frutales que
plantaron hace siglos sucesivas generaciones de isleños e isleñas que hoy
tenemos en el recuerdo.
Estas líneas pretenden servir de reconocimiento a una
sabiduría popular intemporal, que fue capaz de incorporar plantas cultivadas en
un suelo en el que apenas encuentran unos gramos de tierra plantas que no sólo
sobreviven en años secos como el actual, sin apenas lluvias, además nos brindan
frutos de extraordinaria calidad. Aunque las comparaciones pueden ser odiosas,
no le hemos dedicados unos escasos minutos de nuestro tiempo, como al radar de
Taborno, las torres de Chasna o los cebadales de Granadilla.
Hoy felicitamos a los asistentes a este encuentro de
compromiso con la tierra y su gente, con la seguridad plena de que estamos
sembrando una sementera de futuro, que tendremos que escardar, podar, injertar
y azufrar en un futuro más comprometido con nuestra tierra.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 28 de Enero 2007