domingo, 11 de febrero de 2007

La universidad de la vida: el caso de El Hierro


LA BORRASCA que nos visitó la semana pasada nos ha vuelto a dar una lección para nuestro desmemoriado pueblo y van unas cuantas. Resulta siempre oportuno ante estos hechos -recientemente acaecidos- reflexionar "en voz alta" ante la reiteración en el error en el que caemos en estas islas atlánticas, vinculado al alejamiento de la cultura del territorio y en la falta de respeto a la naturaleza.
Así, ocurre con frecuencia que hombres, con nombres y apellidos, amparados en títulos universitarios, locales -como el que suscribe- o foráneos, sea en Oxford o en Cambridge, se permiten dar curiosas "lecciones" a nuestros "magos", criados en la cultura rural, "mamada" de sus padres y abuelos, a lo largo de muchas generaciones sin pasar por ninguna aula de la Academia. Estos "expertos" acaban perdiendo de vista las leyes de la naturaleza y del territorio que lo enmarca, y de esos polvos tenemos estos lodos.
En la isla de El Hierro han nacido estos días varios nuevos barrancos, a los que habrá que bautizar. Se localizan sobre todo en las zonas quemadas por el devastador incendio de septiembre (tierra quemada, lluvia aumentada, dice un viejo proverbio gallego). La carencia de copas en los pinares y las cenizas en el suelo, sin pinocha que absorba y retenga las precipitaciones, favorecen la escorrentía y -en este caso- el aluvión que todo lo arrasa. El resultado es fácilmente visible en lugares como la Cueva del Mocán, la Mareta y tantos otros puntos de la geografía herreña en los que la violencia de la riada destruyó todos los esquemas teóricos y "técnicos". Esto es particularmente visible en el barranco de Taibique, en donde la falta de previsión estuvo a punto de producir una catástrofe en uno de los núcleos urbanos más consolidados de la isla, El Pinar. En este lugar se añadía la fatídica construcción de un amago de presa que nunca fue capaz de retener agua para los cultivos y que sus promotores nunca pensaron que se llegaría a convertir en una amenaza para las personas y sus bienes.
No es menos grave lo ocurrido con el Lagartario, al pie de los Acantilados de Gorreta, en Frontera, que si bien se encontraba cerca del asentamiento histórico de Guinea, que servía de alojamiento estacional de las poblaciones herreñas, en lo que se ha dado en llamar la Muda o la Mudada, por la ubicación elegida esta instalación estaba condenada a su destrucción, más tarde o más temprano. Los directores universitarios de la obra en la isla del Meridiano se impusieron a la oposición de don Zocimo Hernández que, haciendo gala de su conocimiento profundo del medio y de la naturaleza herreña, insistía en que no era un lugar adecuado sino, lo contrario, peligroso. Se trata de un espacio de acumulación de derrubios y materiales de depósito de barranco, al que con demasiada frecuencia llegan piedras desprendidas de la pared del colindante acantilado. De esta manera, la sabiduría popular fue despreciada y las consecuencias las pagamos hoy todos, incluidos los lagartos. En términos similares, podríamos referirnos a las repoblaciones forestales con pinos insignes, hoy cadáveres totalmente calcinados con el consiguiente favorecimiento de la erosión. Por el contrario, a apenas unos metros se encuentra un potente fayal-brezal endémico, que sobrevivió al fuego y al que las pesadas lluvias no han hecho más que revitalizarlo.
Si las más de 60 hectáreas reforestadas de pinos insignes, en la década de los sesenta, se hubiesen plantado con fayas y monte verde -como recomendaban en su momento los "magos" herreños-, el fuego y la posterior riada, con seguridad hubieran tenido unos efectos mucho menos dañinos, a pesar de las 600.000 pipas caídas en apenas unas horas, sólo en esa parcela. Reforestación con pinos de California.
Asimismo, otro de los problemas añadido es el abandono de las tierras antaño cultivadas y los nuevos métodos de cultivo, frente a los sistemas tradicionales de la "arada atravesada", que reducía los efectos de la escorrentía y frenaba la riada.
Para terminar, nos parece oportuno recomendar en estos momentos una visita a la isla de El Hierro para que todos aquellos políticos, gestores y técnicos conozcan de primera mano los riesgos que supone ignorar la naturaleza. Quizás, de esta manera, lograríamos evitar tropezar tantas veces con la misma piedra, enriquecernos y aprender de los errores pasados para mejorar nuestra capacidad en el futuro de prevenir estos y otros desastres. Es evidente que esta sociedad es vulnerable a los fenómenos meteorológicos violentos, pero a través de un mayor respeto a las leyes ambientales y a la cultura del territorio, que con seguridad nuestros mayores tenían en cuenta, podemos llegar a mejorar nuestra disposición a soportar sus efectos y a atenuar sus circunstancias negativas. Tal vez si la literatura y la información escrita de nuestros mayores fuera más abundante sería posible luchar contra las recetas importadas de otras latitudes que tanto daño han hecho estos días pasados en la isla del Meridiano.

Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 11 de Febrero 2007