LA BORRASCA que nos visitó la semana pasada nos ha
vuelto a dar una lección para nuestro desmemoriado pueblo y van unas cuantas.
Resulta siempre oportuno ante estos hechos -recientemente acaecidos-
reflexionar "en voz alta" ante la reiteración en el error en el que
caemos en estas islas atlánticas, vinculado al alejamiento de la cultura del
territorio y en la falta de respeto a la naturaleza.
Así, ocurre con frecuencia
que hombres, con nombres y apellidos, amparados en títulos universitarios, locales
-como el que suscribe- o foráneos, sea en Oxford o en Cambridge, se permiten
dar curiosas "lecciones" a nuestros "magos", criados en la
cultura rural, "mamada" de sus padres y abuelos, a lo largo de muchas
generaciones sin pasar por ninguna aula de la Academia. Estos
"expertos" acaban perdiendo de vista las leyes de la naturaleza y del
territorio que lo enmarca, y de esos polvos tenemos estos lodos.
En la isla de El Hierro han nacido estos días varios nuevos
barrancos, a los que habrá que bautizar. Se localizan sobre todo en las zonas
quemadas por el devastador incendio de septiembre (tierra quemada, lluvia
aumentada, dice un viejo proverbio gallego). La carencia de copas en los
pinares y las cenizas en el suelo, sin pinocha que absorba y retenga las
precipitaciones, favorecen la escorrentía y -en este caso- el aluvión que todo
lo arrasa. El resultado es fácilmente visible en lugares como la Cueva del Mocán,
la Mareta y tantos otros puntos de la geografía herreña en los que la violencia
de la riada destruyó todos los esquemas teóricos y "técnicos". Esto
es particularmente visible en el barranco de Taibique, en donde la falta de
previsión estuvo a punto de producir una catástrofe en uno de los núcleos
urbanos más consolidados de la isla, El Pinar. En este lugar se añadía la
fatídica construcción de un amago de presa que nunca fue capaz de retener agua
para los cultivos y que sus promotores nunca pensaron que se llegaría a
convertir en una amenaza para las personas y sus bienes.
No es menos grave lo ocurrido con el Lagartario, al pie de
los Acantilados de Gorreta, en Frontera, que si bien se encontraba cerca del
asentamiento histórico de Guinea, que servía de alojamiento estacional de las
poblaciones herreñas, en lo que se ha dado en llamar la Muda o la Mudada, por
la ubicación elegida esta instalación estaba condenada a su destrucción, más
tarde o más temprano. Los directores universitarios de la obra en la isla del
Meridiano se impusieron a la oposición de don Zocimo Hernández que, haciendo
gala de su conocimiento profundo del medio y de la naturaleza herreña, insistía
en que no era un lugar adecuado sino, lo contrario, peligroso. Se trata de un
espacio de acumulación de derrubios y materiales de depósito de barranco, al
que con demasiada frecuencia llegan piedras desprendidas de la pared del
colindante acantilado. De esta manera, la sabiduría popular fue despreciada y
las consecuencias las pagamos hoy todos, incluidos los lagartos. En términos
similares, podríamos referirnos a las repoblaciones forestales con pinos
insignes, hoy cadáveres totalmente calcinados con el consiguiente
favorecimiento de la erosión. Por el contrario, a apenas unos metros se encuentra
un potente fayal-brezal endémico, que sobrevivió al fuego y al que las pesadas
lluvias no han hecho más que revitalizarlo.
Si las más de 60 hectáreas reforestadas de pinos insignes,
en la década de los sesenta, se hubiesen plantado con fayas y monte verde -como
recomendaban en su momento los "magos" herreños-, el fuego y la
posterior riada, con seguridad hubieran tenido unos efectos mucho menos
dañinos, a pesar de las 600.000 pipas caídas en apenas unas horas, sólo en esa
parcela. Reforestación con pinos de California.
Asimismo, otro de los problemas añadido es el abandono de
las tierras antaño cultivadas y los nuevos métodos de cultivo, frente a los
sistemas tradicionales de la "arada atravesada", que reducía los
efectos de la escorrentía y frenaba la riada.
Para terminar, nos parece oportuno recomendar en estos
momentos una visita a la isla de El Hierro para que todos aquellos políticos,
gestores y técnicos conozcan de primera mano los riesgos que supone ignorar la
naturaleza. Quizás, de esta manera, lograríamos evitar tropezar tantas veces
con la misma piedra, enriquecernos y aprender de los errores pasados para
mejorar nuestra capacidad en el futuro de prevenir estos y otros desastres. Es
evidente que esta sociedad es vulnerable a los fenómenos meteorológicos
violentos, pero a través de un mayor respeto a las leyes ambientales y a la
cultura del territorio, que con seguridad nuestros mayores tenían en cuenta,
podemos llegar a mejorar nuestra disposición a soportar sus efectos y a atenuar
sus circunstancias negativas. Tal vez si la literatura y la información escrita
de nuestros mayores fuera más abundante sería posible luchar contra las recetas
importadas de otras latitudes que tanto daño han hecho estos días pasados en la
isla del Meridiano.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 11 de Febrero 2007