RECIENTEMENTE hemos celebrado el Día Mundial del Medio
Ambiente y esto trae a colación que cada día hablemos más de ecología, de
desarrollo sostenible y de cambio climático; sin embargo, cuando salimos de
casa y miramos nuestro paisaje agrario, vemos con tristeza el deterioro al que
lo estamos sometiendo sin que se arbitren las medidas correctoras para
evitarlo.
Tierras cultivadas hace cuatro o cinco años, ahora las vemos
ocupadas por matorrales de zarzas, helechos, tojos (espinos), magarzas, tabaibas
y un largo etcétera de matojos y plantas invasoras.
La superficie de tierras de cultivo continúa en descenso,
abandonándose viñedos, zonas de papas, cereales y plataneras. Es prácticamente
imposible localizar alguna iniciativa encaminada a realizar una sorriba para
ganar unos metros de tierra de cultivo a algunos de nuestros eriales que se
encuentran diseminados por nuestro paisaje insular.
Todos hablamos de desarrollo sostenible, pero nuestro
comportamiento diario va en la dirección contraria, es decir, hacia lo
insostenible. Somos más pero producimos menos. Queremos agricultura propia pero
consumimos productos de importación. Residimos en casas adosadas, nos
construimos cuartos de aperos dentro del medio rural, pero los instrumentos de
labranza los tenemos colgados en las paredes de las casas de comidas como
elementos decorativos y de museo. Cuando vamos al campo con nuestras familias a
disfrutar de la naturaleza, comemos papas arrugadas de Israel y Reino Unido,
pollos de Brasil, vino y manzanas de Chile, etc. Sin embargo, no pensamos en
fomentar una cultura agraria que nos garantice un autoabastecimiento, aunque
solo sea por estrategia de supervivencia. Nuestros agricultores malvenden su
vino o sus papas o tienen dificultad para mantener la granja.
También lamentamos que los jóvenes abandonen el campo sin
pensar las razones que los obligan a ello. Hacemos bonitas declaraciones sobre
la sostenibilidad y queremos agricultores que trabajen la tierra a coste cero.
Exigimos que nos cuiden el paisaje, que limpien los montes y los barrancos,
pero la sociedad urbana sigue demandando productos de importación en nombre de
la libre competencia y la libre circulación de mercancías. Queremos
agricultores y ganaderos manteniendo una agricultura para alegrar la vista
cuando vamos de paseo.
Aún hoy, en Canarias, hemos tenido tiempo de proteger las
tabaibas, los lagartos y las palomas Rabiche, pero no hemos sido capaces de
elaborar una ley que proteja el suelo rústico y la tierra agrícola para evitar
que quede cubierta por el cemento y el asfalto, ya que ser agricultor es una
desgracia económica y social.
Ha llegado el momento de tomar decisiones para crear las
condiciones favorables a las producciones locales, como elementos de
sostenibilidad que mantengan el paisaje, la cultura y la calidad de vida de
nuestros abnegados y queridos agricultores, lo cual traería una mayor
producción de nuestro campo y una menor dependencia energética.
No es posible agua en la higuera y sol en la era al mismo
tiempo. Mantener la agricultura y el medio ambiente significa comprometerse con
costes económicos y ambientales que hemos de pagar todos y todas.
Por todo ello, tenemos que celebrar el Día Mundial del Medio
Ambiente, pero sin rituales y con un compromiso de vida con la naturaleza, con
el trabajo, con la tierra, la ecología y el medio ambiente. No pueden ser
abstracciones intelectuales, un nuevo santoral, una moda, es una manera de
vivir con nuestro entorno, tanto en el plano social como ambiental, en el que
el valor del uso y el valor del cambio han de estar más cerca. Los alimentos y
la naturaleza no son solo mercancías comprables y vendibles. Gran parte de lo
que aún nos queda de naturaleza y de agricultura no es un producto del mercado
¿Cuántas higueras y almendros de la isla los plantaron campesinos que no
probaron un solo fruto de los mismos?
El cultivo y el mantenimiento del campo nos hace más libres
y menos dependientes. La sostenibilidad no debe ser una palabra que se emplee
como un recurso dialéctico con declaraciones de intenciones y conferencias bien
elaboradas. Es y debe ser algo más que todo eso. Se tiene que basar en una
cultura, en un compromiso personal e institucional de medidas legislativas con
alternativas realistas al trabajador del campo que ponga freno a este cáncer que
lleva décadas deteriorando nuestro territorio. Hay que recordar que la
sostenibilidad se mide también en el caldero y en los surcos que abrimos en la
piel de estas islas. No hay derechos sin obligaciones. No hay campo sin
campesinos, ni hay medioambiente que no tenga alguna carga añadida.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 17 de Junio 2007