domingo, 17 de junio de 2007

Costes ambientales y costes económicos


RECIENTEMENTE hemos celebrado el Día Mundial del Medio Ambiente y esto trae a colación que cada día hablemos más de ecología, de desarrollo sostenible y de cambio climático; sin embargo, cuando salimos de casa y miramos nuestro paisaje agrario, vemos con tristeza el deterioro al que lo estamos sometiendo sin que se arbitren las medidas correctoras para evitarlo.
Tierras cultivadas hace cuatro o cinco años, ahora las vemos ocupadas por matorrales de zarzas, helechos, tojos (espinos), magarzas, tabaibas y un largo etcétera de matojos y plantas invasoras.

La superficie de tierras de cultivo continúa en descenso, abandonándose viñedos, zonas de papas, cereales y plataneras. Es prácticamente imposible localizar alguna iniciativa encaminada a realizar una sorriba para ganar unos metros de tierra de cultivo a algunos de nuestros eriales que se encuentran diseminados por nuestro paisaje insular.
Todos hablamos de desarrollo sostenible, pero nuestro comportamiento diario va en la dirección contraria, es decir, hacia lo insostenible. Somos más pero producimos menos. Queremos agricultura propia pero consumimos productos de importación. Residimos en casas adosadas, nos construimos cuartos de aperos dentro del medio rural, pero los instrumentos de labranza los tenemos colgados en las paredes de las casas de comidas como elementos decorativos y de museo. Cuando vamos al campo con nuestras familias a disfrutar de la naturaleza, comemos papas arrugadas de Israel y Reino Unido, pollos de Brasil, vino y manzanas de Chile, etc. Sin embargo, no pensamos en fomentar una cultura agraria que nos garantice un autoabastecimiento, aunque solo sea por estrategia de supervivencia. Nuestros agricultores malvenden su vino o sus papas o tienen dificultad para mantener la granja.
También lamentamos que los jóvenes abandonen el campo sin pensar las razones que los obligan a ello. Hacemos bonitas declaraciones sobre la sostenibilidad y queremos agricultores que trabajen la tierra a coste cero. Exigimos que nos cuiden el paisaje, que limpien los montes y los barrancos, pero la sociedad urbana sigue demandando productos de importación en nombre de la libre competencia y la libre circulación de mercancías. Queremos agricultores y ganaderos manteniendo una agricultura para alegrar la vista cuando vamos de paseo.
Aún hoy, en Canarias, hemos tenido tiempo de proteger las tabaibas, los lagartos y las palomas Rabiche, pero no hemos sido capaces de elaborar una ley que proteja el suelo rústico y la tierra agrícola para evitar que quede cubierta por el cemento y el asfalto, ya que ser agricultor es una desgracia económica y social.
Ha llegado el momento de tomar decisiones para crear las condiciones favorables a las producciones locales, como elementos de sostenibilidad que mantengan el paisaje, la cultura y la calidad de vida de nuestros abnegados y queridos agricultores, lo cual traería una mayor producción de nuestro campo y una menor dependencia energética.
No es posible agua en la higuera y sol en la era al mismo tiempo. Mantener la agricultura y el medio ambiente significa comprometerse con costes económicos y ambientales que hemos de pagar todos y todas.
Por todo ello, tenemos que celebrar el Día Mundial del Medio Ambiente, pero sin rituales y con un compromiso de vida con la naturaleza, con el trabajo, con la tierra, la ecología y el medio ambiente. No pueden ser abstracciones intelectuales, un nuevo santoral, una moda, es una manera de vivir con nuestro entorno, tanto en el plano social como ambiental, en el que el valor del uso y el valor del cambio han de estar más cerca. Los alimentos y la naturaleza no son solo mercancías comprables y vendibles. Gran parte de lo que aún nos queda de naturaleza y de agricultura no es un producto del mercado ¿Cuántas higueras y almendros de la isla los plantaron campesinos que no probaron un solo fruto de los mismos?
El cultivo y el mantenimiento del campo nos hace más libres y menos dependientes. La sostenibilidad no debe ser una palabra que se emplee como un recurso dialéctico con declaraciones de intenciones y conferencias bien elaboradas. Es y debe ser algo más que todo eso. Se tiene que basar en una cultura, en un compromiso personal e institucional de medidas legislativas con alternativas realistas al trabajador del campo que ponga freno a este cáncer que lleva décadas deteriorando nuestro territorio. Hay que recordar que la sostenibilidad se mide también en el caldero y en los surcos que abrimos en la piel de estas islas. No hay derechos sin obligaciones. No hay campo sin campesinos, ni hay medioambiente que no tenga alguna carga añadida.

Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 17 de Junio 2007