domingo, 19 de agosto de 2007

La pinocha: una lectura urbana


TRAS EL LAMENTABLE INCENDIO, oímos en numerosos puntos de nuestra geografía que la causa fue la pinocha, y en particular, que el Cabildo no dejaba retirar la misma. Hemos de insistir una vez más en que los agricultores y ganaderos pueden retirar la pinocha de los montes, ya que los mismos son públicos, propiedad en casi todos los casos municipales, y que los ayuntamientos tienen una parte de monte de aprovechamiento vecinal.
Por otra parte, las multas por recoger pinocha son una leyenda de las que se hablan en los bares y que he tratado de situar en el espacio y en el tiempo. Sólo me han concretado tres casos en el espacio: una en La Guancha, otra en La Montañeta -por piñas de pino- y una tercera en Los Baldíos. En todos los casos, ni nos han situado el tiempo ni el agente que intervino en tal situación.
Una lectura urbana
En un par de generaciones hemos pasado de barrer los montes para buscar pinocha -hasta del barranco más escondido sacábamos un fleje de pinocha-, a encontrarnos en estos momentos con los coches rodando sobre la pinocha en las cumbres. Incluso cuando la amontonan al borde de las carreteras, nadie tiene interés por la misma. Es más, don Francisco Delgado, persona que ha mantenido una empresa dedicada a la subasta de pinocha a lo largo de tres generaciones, nos explica cómo en los años 50 tuvo que ir a buscar pinocha a El Hierro porque en Tenerife no había donde recogerla.
Pero es más, don Francisco nos plantea que actualmente las 50.000 hectáreas de pinar de Tenerife producen, según sus cálculos, más de 200.000 camiones de pinocha al año. Y que las nueve empresas existentes en estos momentos en la Isla no sacan ni 20.000 camiones al año. Además, lo que pagan por esta subasta en toda la Isla a los ayuntamientos no alcanza ni siquiera los 30.000 euros, por lo en numerosos ayuntamientos se ha dejado de subastar la pinocha por el bajo interés que existe por la misma.
Los datos son claros. Los únicos que compran pinocha en la isla actualmente son los dueños de fincas de plátanos y tomates, en algo menos de 3.000 hectáreas que abonan con asiduidad, pues el resto no demanda pinocha. Luego queda un pequeño mercado para las camas de los caballos y algo de vacuno. Sólo los agricultores de papas en economías más familiares recogen la pinocha directamente en los montes más cercanos.
Así pues, la pinocha está en nuestros montes y la misma juega un papel positivo, puesto que frena la erosión en los inviernos, ayuda a que el agua de lluvia se empape y baje al subsuelo, y por otra parte, fertiliza los suelos como abono para los propios pinos. Indudablemente, en el verano es combustible pero en el último incendio el fuego fue mayoritariamente de copa, dada la alta velocidad del viento y la temperatura existente.
El problema de la pinocha es propio de una sociedad que ha dado la espalda al campo en tan sólo dos generaciones. Hemos entrado en una urbanización mental más que física. Es decir, vivir en el campo con cultura urbana: que barran, que limpien, que cuiden.
Estos días hemos visto que los niños de todo el mundo tienen la misma ilusión y sueños fabricados en China por una multinacional americana. Es decir, ahora hemos descubierto que nos contaminan los juguetes, pero el fondo de la llamada Aldea Global es que estamos unificando ilusiones, criterios y actitudes que se alejan de nuestras economías y nuestras sociedades. Y esto es también otro tipo de contaminación que ha tenido que ver con lo que nos ha ocurrido estos días. A lo que hemos de añadir importaciones de alimentos del exterior, precios por nuestras producciones agrícolas paupérrimos, minifundismo y dispersión de la propiedad de la tierra, falta de agua para riego y, cómo no, unos jóvenes que viven este espejismo urbano de sueño e ilusiones de otras culturas y economías.
Por todo ello, es normal y hasta humano que ahora digamos que no vamos al campo porque lo prohíbe Medio Ambiente. Lo que ocurre es que el campo no da prestigio social ni rentas económicas a quienes lo trabajan. En ese estado de cosas, soñamos con que el fuego se apaga con más helicópteros, más cubas, es decir, con los juguetes que manejamos todos los días. Y apenas se ha hablado del problema de los pirómanos o incendiarios, que en el caso de Los Campeches le han dado fuego 50 veces al año, ni de la prevención, tema éste que creemos prioritario para los próximos años. Es decir, habrá que realizar limpiezas en los entornos de las viviendas, caminos y carreteras; labrar las tierras antaño cultivadas y hoy llenas de combustible; es decir, potenciar una agricultura y ganadería en nuestras medianías. En una palabra, aprender de nuestros padres y abuelos algo que nunca debimos olvidar: la relación del hombre con su entorno, con su naturaleza. Nuestra montañas las barren los alisios, también lo hacen los sirocos, como nos ocurrió en esta ocasión. Y es imposible poner una cuba al pie de cada pino o de cada vivienda.
No olvidemos que afortunadamente para esta Isla tenemos más de 150 millones de pinos y que era imposible en la noche del día 30 de julio defender un frente de 30 kilómetros de fuego de manera simultánea debido a las condiciones climatológicas de viento, humedad y temperatura. En consecuencia, hemos de prevenir para que el próximo incendio estemos en mejores condiciones de afrontarlo, sin olvidar que el mayor éxito del pasado incendio fue que no hubo víctimas.

Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 19 de Agosto 2007