domingo, 10 de febrero de 2008

Agricultura, bolsillo y cultura: de Barlovento a Santa Cristina


LA EVOLUCIÓN de la sociedad canaria en las cuatro últimas décadas ha generado un cambio sobre los valores predominantes de nuestro pueblo a lo largo de los últimos quinientos años. La tierra y la agricultura eran la referencia económica social, y la principal preocupación de la sociedad giraba en torno a la producción de alimentos. Estos condicionantes evidenciaban que el poder y el prestigio social estaban asociados al suelo, ya que la burguesía urbana y administrativa era minoritaria.

La expansión del turismo y la construcción ha roto con el pasado y, con posterioridad a los años sesenta del pasado siglo, da un giro de ciento ochenta grados, produciendo nuevos valores y, sobre todo, nuevas fórmulas de relaciones comerciales, especialmente en la importación de alimentos, llegando a aplicar en muchos casos sistemas dumping (precios de coste en Canarias inferiores a los países de origen). Es el caso de los productos ganaderos de Holanda en Canarias, donde se ha creado una descapitalización del sector primario con la consiguiente huida masiva de agricultores al sector servicios y a la construcción, provocando consecuencias graves en la cultura, idiosincrasia y hábitos del campesino, menospreciando y devaluando todo el entorno rural en aspectos económicos y sociales. Lo urbano sinónimo de la prosperidad y felicidad, mientras, todo lo que tiene que ver con el campo es sinónimo de atraso y miseria. Históricamente hemos tenido problemas en nuestro agro por diversos aspectos, con minifundios por una parte, grandes propiedades por otra, y producción y distribución del agua y topografía de difícil mecanización en otros casos.
En otro estado de cosas, hemos tenido una coyuntura internacional con grandes excedentes agrarios que han perjudicado enormemente a las producciones locales. El sistema económico y la mentalidad que impera en nuestra sociedad han puesto el resto. La intermediación, unida a las pautas comunitarias sobre la libre circulación de las mercancías y las directrices de la Unión Europea, que asocia agricultura a la producción de alimentos, olvida la cultura agraria como articulación social y territorial, separando agricultura y efectos medioambientales que hoy, tardíamente, tratan de corregir.
Valga como referencia y ejemplos contradictorios las localidades de Santa Cristina, en Guía de Gran Canaria, y Barlovento, en La Palma, ambas en climas y suelos similares, orientados al norte. Sin embargo, la organización del paisaje y la economía son marcadamente diferentes. Mientras Santa Cristina tiene una horticultura de lo más pujante de Canarias -exporta hortalizas a todas las islas-, en Barlovento tenemos agua que se pierde en el mar y terrenos de cultivo totalmente abandonados. Curiosamente, en Santa Cristina están regando con agua desalada y elevada a 700 metros de altura, es decir, dobla los costes energéticos de las zonas litorales.
Al final llegamos a la conclusión de que las diferencias las marca el factor humano. En Santa Cristina un colectivo joven ha puesto trabajo e ilusión en el agro, creando un oasis hortofrutícola en las medianías y pagando por una pipa de agua cuatro veces más de lo que cuesta en Barlovento. Así, la isla de Gran Canaria abastece no sólo de hortalizas al resto de islas, sino que desplaza zonas agrarias tradicionales en las que el agua es abundante, como La Palma o La Gomera.
Todo esto pone de manifiesto que la agricultura en Canarias no sólo tiene problemas estructurales de presión sobre el suelo agrario, régimen de la propiedad, prioridad en el uso del agua, etc. Tenemos una crisis profunda en los valores y no sólo es un problema de bolsillo. Recuperar el campo implica motivar social y culturalmente, y lo que ocurre en Santa Cristina pone de manifiesto que la agricultura es posible si tenemos un colectivo de hombres y mujeres que apuestan por la misma.

Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 10 de Febrero 2008