domingo, 18 de mayo de 2008

Las vacas no votan


ASISTIMOS sin darnos cuenta a cambios muy importantes en la historia de la humanidad. Nos hemos hecho enormemente dependientes del petróleo y ahora, en cosa de meses, dobla su precio e incluso surge una nueva situación en la que el tanque del coche rivaliza con el estómago en la demanda de los alimentos, mientras el premio nobel de Química, Harnnet Michel, dice que con los biocombustibles no se ahorra emisiones de CO2.

Ante esto, aquí estamos en una burbuja manteniendo hábitos de antaño. Mientras las pautas están cambiando en todo el planeta, aquí no nos damos por enterados y sólo tangencialmente hablamos de los precios de los alimentos y no los asociamos a la tierra ni al sistema productivo, sino a la intermediación. Así, las vacas aún no tienen derecho al voto y por ello no le dejamos espacios para que haya una gañanía y ganaderos en nuestro territorio y, en consecuencia, los productos lácteos continúan entrando por el puerto.
La cultura que domina en suelo rústico tiene pautas urbanas y la actividad productiva de agricultores y ganaderos hay que recluirla a los territorios alejados de las zonas donde los urbanistas deciden vivir. Por eso hacemos leyes que protegen a los lagartos o a la paloma rabiche y maltratamos las granjas ganaderas, alegando aspectos ambientales y sanitarios, degradando lo poco que queda de actividad primaria. Cosa curiosa es que la ganadería y el hombre hayan convivido miles de años y ahora, por lo visto, constituyen un peligro sanitario ambiental.
El marco de leyes que se ha puesto en marcha está hecho con una filosofía urbana supuestamente conservacionista de la naturaleza, en la que los campesinos son los "degradadores" de nuestro medio y, en consecuencia, hay que conservar el mismo limitando las actuaciones de los supuestos "depredadores" del medio. Es decir, el campo hemos de cuidarlo para la fauna, la flora y las residencias de los urbanistas, pero no para los campesinos.
Por otra parte, la coyuntura económica internacional nos ha proporcionado alimentos baratos y abundantes en los últimos 30 años, y así nos creemos de verdad que lo rural es sólo un lugar de ocio y de solares para urbanizar. En una palabra, hemos pasado en sólo 50 años de tener casetas de fielato en la entrada de los pueblos como ocurría, por ejemplo, con los de Agache -que pagaban fielato en el barranco de Erques para entrar en Fasnia y en el Badén para visitar Güímar y una gallina o unos huevos tenían que pagar fielato-, a importar sólo de Brasil más de 30 millones de kilos de pollos, quedándonos en autoabastecimiento sólo el perejil que consumimos a diario.
Los tiempos cambian y el marco legal continúa anclado en el pasado. Veamos algunos ejemplos: el precio del trigo ha subido un 150% en 24 meses; el maíz ha subido un 237% en 41 meses; la India ha suspendido las exportaciones de alimentos; Estados Unidos dedica la tercera parte de la producción de maíz, unos 80 millones de toneladas, a la producción de combustibles, es decir, a llenar los depósitos de los coches y no los estómagos, y en Madrid hay más de cuatrocientas guaguas que funcionan con biodiesel. En el mundo, cada día se habla más de los alimentos, del agua, del suelo agrario y de los recursos. Sin embargo, aquí, en nuestra tierra, no mira nadie para el campo salvo el día de la romería en el que nos disfrazamos de magos.
Aquí, en Tenerife, precintamos una granja en El Rosario, una instalación con más de 30 años, donde las casas se han ido aproximando a la misma. Según parece, las viviendas han llegado sobre ruedas, y en dos meses, le comunican a los propietarios de la granja que desmonten la instalación y que se acomoden en otros puntos del municipio diseñado en un planeamiento recién aprobado para granjas, es decir, que le pongan ruedas a la granja y la cambien de lugar.
En otro estado de cosas, en nombre de las leyes vigentes, denunciamos cuartos de aperos por poner un baño o ampliar un espacio para poner unos animales, situación que se produce en numerosas fincas cultivadas en San Juan de La Rambla, Los Realejos y Arafo, por nombrar algunos ejemplos. Sin embargo, en otros lugares, en nombre de la ley no se dejan construir estanques de hormigón sino que tienen que ser desmontables al estar en las proximidades de espacios protegidos, como es el caso de El Escobonal. Es decir, nos encontramos con numerosos problemas para hacer instalaciones propias del medio rural: bodegas, pistas, gañanías, muros y un largo etcétera.
No es razonable que en nombre del urbanismo y del medio ambiente se cierren instalaciones hechas en suelo rústico, que ahora declaramos urbano, o que en un cuarto de aperos de una finca cultivada se aplique la cinta métrica con criterios urbanos, en la que ni tan si quiera se permite un lugar para hacer la función del aparato excretor.
Necesitamos un marco legal claro y sencillo de aplicación urgente que favorezca el cultivo de la tierra y la complementariedad con ganadería, en la que las viviendas y cuartos de aperos sean compatibles, en tanto se mantenga la actividad agroganadera. Es decir, que no sea una manera de urbanizar el campo de forma encubierta y que permita al que cultiva la tierra disponer de unos servicios mínimos.

Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 18 de Mayo 2008