ASISTIMOS sin darnos cuenta a cambios muy importantes en la
historia de la humanidad. Nos hemos hecho enormemente dependientes del petróleo
y ahora, en cosa de meses, dobla su precio e incluso surge una nueva situación
en la que el tanque del coche rivaliza con el estómago en la demanda de los
alimentos, mientras el premio nobel de Química, Harnnet Michel, dice que con
los biocombustibles no se ahorra emisiones de CO2.
Ante esto, aquí estamos en una burbuja manteniendo hábitos
de antaño. Mientras las pautas están cambiando en todo el planeta, aquí no nos
damos por enterados y sólo tangencialmente hablamos de los precios de los
alimentos y no los asociamos a la tierra ni al sistema productivo, sino a la
intermediación. Así, las vacas aún no tienen derecho al voto y por ello no le
dejamos espacios para que haya una gañanía y ganaderos en nuestro territorio y,
en consecuencia, los productos lácteos continúan entrando por el puerto.
La cultura que domina en suelo rústico tiene pautas urbanas
y la actividad productiva de agricultores y ganaderos hay que recluirla a los
territorios alejados de las zonas donde los urbanistas deciden vivir. Por eso
hacemos leyes que protegen a los lagartos o a la paloma rabiche y maltratamos
las granjas ganaderas, alegando aspectos ambientales y sanitarios, degradando
lo poco que queda de actividad primaria. Cosa curiosa es que la ganadería y el
hombre hayan convivido miles de años y ahora, por lo visto, constituyen un
peligro sanitario ambiental.
El marco de leyes que se ha puesto en marcha está hecho con
una filosofía urbana supuestamente conservacionista de la naturaleza, en la que
los campesinos son los "degradadores" de nuestro medio y, en
consecuencia, hay que conservar el mismo limitando las actuaciones de los
supuestos "depredadores" del medio. Es decir, el campo hemos de
cuidarlo para la fauna, la flora y las residencias de los urbanistas, pero no
para los campesinos.
Por otra parte, la coyuntura económica internacional nos ha
proporcionado alimentos baratos y abundantes en los últimos 30 años, y así nos
creemos de verdad que lo rural es sólo un lugar de ocio y de solares para
urbanizar. En una palabra, hemos pasado en sólo 50 años de tener casetas de
fielato en la entrada de los pueblos como ocurría, por ejemplo, con los de Agache
-que pagaban fielato en el barranco de Erques para entrar en Fasnia y en el
Badén para visitar Güímar y una gallina o unos huevos tenían que pagar
fielato-, a importar sólo de Brasil más de 30 millones de kilos de pollos,
quedándonos en autoabastecimiento sólo el perejil que consumimos a diario.
Los tiempos cambian y el marco legal continúa anclado en el
pasado. Veamos algunos ejemplos: el precio del trigo ha subido un 150% en 24
meses; el maíz ha subido un 237% en 41 meses; la India ha suspendido las exportaciones
de alimentos; Estados Unidos dedica la tercera parte de la producción de maíz,
unos 80 millones de toneladas, a la producción de combustibles, es decir, a
llenar los depósitos de los coches y no los estómagos, y en Madrid hay más de
cuatrocientas guaguas que funcionan con biodiesel. En el mundo, cada día se
habla más de los alimentos, del agua, del suelo agrario y de los recursos. Sin
embargo, aquí, en nuestra tierra, no mira nadie para el campo salvo el día de
la romería en el que nos disfrazamos de magos.
Aquí, en Tenerife, precintamos una granja en El Rosario, una
instalación con más de 30 años, donde las casas se han ido aproximando a la
misma. Según parece, las viviendas han llegado sobre ruedas, y en dos meses, le
comunican a los propietarios de la granja que desmonten la instalación y que se
acomoden en otros puntos del municipio diseñado en un planeamiento recién
aprobado para granjas, es decir, que le pongan ruedas a la granja y la cambien
de lugar.
En otro estado de cosas, en nombre de las leyes vigentes,
denunciamos cuartos de aperos por poner un baño o ampliar un espacio para poner
unos animales, situación que se produce en numerosas fincas cultivadas en San
Juan de La Rambla ,
Los Realejos y Arafo, por nombrar algunos ejemplos. Sin embargo, en otros
lugares, en nombre de la ley no se dejan construir estanques de hormigón sino
que tienen que ser desmontables al estar en las proximidades de espacios
protegidos, como es el caso de El Escobonal. Es decir, nos encontramos con
numerosos problemas para hacer instalaciones propias del medio rural: bodegas,
pistas, gañanías, muros y un largo etcétera.
No es razonable que en nombre del urbanismo y del medio
ambiente se cierren instalaciones hechas en suelo rústico, que ahora declaramos
urbano, o que en un cuarto de aperos de una finca cultivada se aplique la cinta
métrica con criterios urbanos, en la que ni tan si quiera se permite un lugar
para hacer la función del aparato excretor.
Necesitamos un marco legal claro y sencillo de aplicación
urgente que favorezca el cultivo de la tierra y la complementariedad con
ganadería, en la que las viviendas y cuartos de aperos sean compatibles, en
tanto se mantenga la actividad agroganadera. Es decir, que no sea una manera de
urbanizar el campo de forma encubierta y que permita al que cultiva la tierra
disponer de unos servicios mínimos.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 18 de Mayo 2008