HASTA NO HACE MUCHO TIEMPO, los bosques de nuestras islas
proporcionaban los principales recursos de los que dependían en gran medida los
habitantes de las zonas rurales: Leña como combustible para cocinar, ramaje
para alimentos de ganado, madera para techumbres y cuartos de labranza, varas
para parras y cultivos de tomates, pinocho para abonos, etc., eran entre
tantas, las materias primas que el medio ofrecía.
Allá por el siglo XVI, como consecuencia de la agresión que
ya sufría el medioambiente por la demanda de leña para los ingenios de azúcar,
ya surgieron voces que se pronunciaban a favor de la protección del monte. Esta
situación depredadora de nuestros recursos naturales se mantiene en Canarias
hasta los años sesenta del pasado siglo en que una incipiente economía de
servicios y la utilización de combustibles fósiles generaron un avance en la
calidad de vida de ganaderos y campesinos que hasta entonces tenían en las
áreas boscosas la principal fuente de recursos.
Por esa época se pone en marcha una serie de políticas de
protección y de reforestación, dando como resultado que Tenerife tenga hoy día
la mayor masa boscosa de su historia.
A principios del siglo XX, siempre que se producía un
incendio, este era localizado con relativa facilidad ya que no existía una masa
forestal continua a lo largo de la corona forestal.
Hoy el crecimiento del bosque, es el producto de una
reforestación de los años cincuenta y de una grave crisis agraria. Esto, unido
a la decidida actuación del cabildo en la compra de fincas, especialmente en la
parte de sotavento de la isla ha configurado nuestros montes, por un lado, en
un gran espacio de ocio para los habitantes y visitantes de la Isla, y por
otro, ha incorporado numerosos núcleos de viviendas, antaño separadas de los
pinares, sobretodo en la zona que va desde las Barreras de La Esperanza hasta
las Portelas en Buenavista. Esto, lógicamente, crea un problema de alto riesgo
de incendios en muchos caseríos de la isla.
Afortunadamente, hoy siendo conscientes de la vulnerabilidad
del espacio, todos nuestros montes están protegidos por ley.
En la actualidad no descubrimos nada nuevo si decimos que
nuestros montes están llenos de combustible en los veranos pero que crea una
capa protectora contra la erosión y mejora los recursos hídricos en el
invierno. Por otra parte, el marco legal existente no responsabiliza a los
propietarios de fincas abandonadas, por su dejación en la selvicultura para
evitar los incendios. Tema este complicado en toda la isla por el gran número
de minifundios existentes. Si embargo si es aplicable a las fincas grandes,
donde tampoco se realizan trabajos de prevención y de reforestación con plantas
de menor índice de combustión, como: castaños, fayas, laurisilva en el Norte y
limpieza de matorrales en el Sur. De todo ello, podemos sacar varias
conclusiones para l reflexión, puesto que entramos en un asuntos de
responsabilidad civil, sobre todo, por las proximidades de masas forestales en
torno a caseríos y vías de comunicación, en las que en estos momentos no se están
tomando las medidas de prevención con la limpieza de los entornos urbanos para
evitar situaciones de riesgo para la población en caso de incendios. Es aquí,
en la que en el antiguo marco legal de protección del monte ante la presión de
los campesinos es inviable, puesto que hoy la atención sobre el monte tiene
todas las características de la población urbana, en una isla que vivimos más
de 400 personas en cada kilómetro cuadrado y nuestros montes son casi parques
urbanos, donde encontrarnos con la naturaleza.
Es aquí donde tenemos que felicitar al Hotel Quinta Roja por
organizar unas Jornadas en la que los aspectos de protección civil son cada día
más complejos y, en consecuencia, han dejado de ser temas forestales y del
medio rural para ser un elemento ambiental propio de toso un colectivo que
vivimos en esta Isla.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 22 de Octubre 2006