QUERIDOS LECTORES, quiero aprovechar este espacio que nos
presta cada semana el periódico EL DÍA para invitarles a reflexionar de
nuevo sobre algunos aspectos ambientales y culturales que se nos plantean a
diario en nuestra tierra y en los que muy poca gente repara. Por supuesto,
partimos de la base de que la economía y el medio ambiente son dos cuestiones
intrínsecamente relacionadas en un mundo tan complejo e interconectado como es
el que vivimos, y es obligado cuando hablamos de una de estas parcelas referirnos
también a la otra, si no el análisis quedaría incompleto. Un concepto que
escuchamos con demasiada frecuencia y muy poco contenido es el de
"sostenibilidad", sin que los que utilizan esta palabreja se den
cuenta de su significado real.
Todo el mundo sabe que tenemos los mejores y más frondosos
bosques de los últimos 500 años pero, al mismo tiempo, importamos cada año
cantidades ingentes de maderas preciosas de países, como Brasil, muchas de
ellas sacadas de la tala indiscriminada y brutal de los bosques amazónicos.
Acaso es coherente que hagamos tanto hincapié en conservar nuestros montes
cuando no se repara en que se están esquilmando otros. Baste un dato, cada año
desaparecen más de 20.000 Km2 de bosque de este país en un proceso que lleva
durando varias décadas. Asimismo, en esos terrenos deforestados se realizan
siembras para producir soja, plantaciones de caña de azúcar (para fabricar
biocombustible o etanol) o pastos para una ganadería intensiva, que lo
convierte en uno de los mayores exportadores de carne del mundo. No olvidemos
que estos suelos tropicales, una vez deforestados, pierden gran parte de su
fertilidad y su materia orgánica, degradándose por la acción de la erosión y
convirtiéndose -finalmente- en un erial.
Otro caso curioso tiene que ver con los pollos. En 2006
hemos importado, sólo de Brasil, 33 millones de kilos de carne de pollo. Un
país que se está convirtiendo en uno de los mayores productores de alimentos
del mundo, en el que coexiste la miseria más absoluta con un pillaje, más o menos
clandestino, de sus recursos naturales. Esta situación nos hace dudar de que
este modelo sea sostenible a medio y largo plazo, no sólo para los brasileños
sino también para nosotros, parte implicada en todo el proceso como
consumidores finales.
Deberíamos reflexionar sobre qué hacemos en Canarias para
ser menos dependientes del exterior y ser, al mismo tiempo, más sostenibles.
Acciones como la potenciación y defensa de una cabaña ganadera viable así como
el mantenimiento de una agricultura de abastecimiento mínima parecen medidas no
sólo de sentido común sino que obedecen a razones estratégicas de cara a un
futuro incierto. Imaginemos por un momento que, tal como ocurrió en Asia, la
gripe aviar afectara a Brasil y se cerraran sus exportaciones a Canarias. ¿Qué
hacemos?, ¿de dónde sacamos los 16 kilos por habitante y año que consume
nuestra población provinentes de Sudamérica?
La cuestión es aún más paradójica cuando nos damos cuenta de
las dificultades notables que nuestros productores locales tienen para trabajar
en el territorio insular. Entre otros factores, por la fina pituitaria de mucha
de nuestra gente y por la incapacidad de algunos gestores políticos que no han
contemplado en sus planeamientos municipales espacios adecuados para albergar
actividades ganaderas. Un ejemplo triste de esta situación lo tenemos en la
proyectada Granja Escuela de Las Rosas, en San Juan de la Rambla, promovida por
el Cabildo Insular de Tenerife y el Ayuntamiento, básica para la formación de
nuestros jóvenes que pretendan apostar por un futuro más sostenible, vinculado
a la ganadería. No deja de resultar descorazonador para los que luchamos por
sacar adelante este tipo de iniciativas que algunas personas realicen una
fuerte campaña en contra, sin ningún sentido, recogiendo firmas en lugares tan
distantes como la propia ciudad de Santa Cruz de Tenerife, arriesgando una
inversión y un esfuerzo público por un sector tan estratégico y, a la vez,
tradicional.
Si de verdad tenemos interés por comprometernos con el
planeta y un futuro sostenible para nuestra comunidad es necesario e
imprescindible que dejemos de lado las declaraciones de principios y los
brindis al sol, y pasemos a la acción -personal y colectiva- diaria, que
reduzcamos y canalicemos mejor nuestro consumo y que, en definitiva, adoptemos
un mayor compromiso de vida en este tema, tan vital para nuestra supervivencia
en el futuro. Si el modelo no es sostenible ni viable en el rico e inmenso
Brasil qué podemos esperar para este microterritorio insular. Aún estamos a
tiempo de sembrar y plantar nuevos compromisos para un futuro sostenible en
estas ínsulas. No dejemos escapar esta última oportunidad.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 17 de Diciembre 2006