ESTA SEMANA hemos celebrado el día de San Andrés, una
celebración de profunda tradición en nuestra tierra y en nuestras bodegas, que
supone una referencia de primer orden en la cultura rural ya que en estas
fechas abrimos las "pipas" para degustar los vinos recién nacidos del
año que está a punto de terminar.
En estas fechas parece oportuno reflexionar sobre el momento
actual que atraviesan tanto la viña como el vino, es decir, sobre uno de
nuestros cultivos más importantes y de mayor arraigo en el territorio, con una
fuerte implantación sobre el territorio, próxima al 50 por ciento del total de
la superficie cultivada. Es por ello, que la viña además de historia y cultura,
es paisaje y economía. Otro factor importante a tener en cuenta es que se trata
de un cultivo sostenible, muy adaptado a nuestra geografía, desde la costa
hasta los 1.600 metros de altura de la cumbre, cultivándose en todo tipo de
suelos: lapillis, malpaíses, jables, arcillas, masapé, etc., poco exigente en
agua, desde el secano más absoluto hasta apenas 2 ó 3 riegos anuales.
Sin embargo, este cultivo pasa por momentos difíciles.
Existen serios problemas que amenazan su pervivencia. La comercialización
parece ser el talón de Aquiles de este sector productivo. Incluso, tal y como
señalaba la pasada semana el profesor Antonio Macías, ya existían este tipo de
problemas aunque en otra escala en la temprana fecha de 1520, en la que se
exportaba la nada desdeñable cifra de 10.000 pipas/año. Han transcurrido 500
años, hemos aumentado la población hasta más de 50 veces y sin embargo
continuamos con serias dificultades para colocar un excedente cada vez mayor
(unas cien mil pipas de vino que produce la Isla). Los hábitos y modas
alimenticias desplazan -en especial entre los jóvenes- el vino respecto a otras
bebidas. Otros efectos negativos "colaterales", recientes, que
comprometen el futuro de este producto tradicional son el carné por puntos y
las nuevas exigencias en los controles de los aeropuertos, por citar dos de los
más conocidos. Toda esta incertidumbre creciente, a pesar de que los médicos
recomiendan incluir en nuestra alimentación un consumo moderado de vino,
englobado en las bondades de la dieta mediterránea. Muchos son los adversarios
de nuestros vinos, desde las modas por las bebidas "blancas" hasta
los bajos precios de los vinos importados y, sobre todo, la problemática
derivada de la poca sustitución generacional en nuestros agricultores, cuya
edad media envejece año tras año.
A pesar de ello, el vino continúa estando presente en
cualquier rincón de nuestra geografía física o cultural, desde las misas en las
iglesias hasta en el más perdido de los chiringuitos. La administración ha
invertido ingentes cantidades en modernizar el sector, en construir bodegas
comarcales o en sorribar nuevos terrenos. La enología insular lleva casi dos
décadas sin parar de modernizarse y adaptarse a los nuevos tiempos,
constituyendo un ejemplo para otros sectores de profesionalización y mejora
constante. Fruto de este esfuerzo común los vinos canarios nada tienen que
envidiar a los mejores vinos de la competencia externa. Y en este mismo marco
hay que situar el papel de las denominaciones de origen, mejoras varietales,
etc.
En resumen: tenemos historia, cultura y tradición, por un
lado y, por otro, tecnología punta, inversión y magníficos enólogos. Lo que nos
lleva a concluir que los problemas no vienen por estos lados sino por el ya
mencionado de la comercialización. No hemos logrado aumentar la demanda entre
nuestra población por los vinos autóctonos mientras que al mismo tiempo se ha
producido un aumento considerable de la producción. Sin embargo, el mensaje
para los cosecheros ha de ser positivo y de ánimo para no tirar la toalla ante
esta incierta coyuntura. Debemos luchar para lograr una mayor cuota de ventas
en el mercado local y lograr exportar una parte, sin dejar de innovar y mejorar
en todas las parcelas de este sector. Con esfuerzo y perseverancia lo
lograremos. De esta manera evitaremos que los zarzales invadan los terrenos de
nuestro norte, hoy ocupados por las vides, o que las magarzas y escobones las
sustituyan en el sotavento insular.
Todo este artículo de homenaje a la cultura del vino y a sus
agricultores no equivale a rendir culto a Dionisios o al dios Baco, sino sólo
reivindicar un producto de nuestra naturaleza que contribuye a mejorar nuestra
salud, tomado con racionalidad. Un producto que es parte de nuestra cultura,
del paisaje y de la economía de estas islas, para numerosas familias del
archipiélago.
En definitiva, consumir un vino "del país" ayuda
de forma importante a conservar la cultura y el paisaje rural de las Islas y a
evitar -de esta manera- que nuestra tierra se cubra de matorrales y "malas
hierbas", abandono y miseria. Por todo ello es importante celebrar estos
días de San Andrés, para recordar la importancia que para nuestra sociedad tiene
el vino y a revalorizar el trabajo, el sacrificio y el sudor de los que hacen
posible la supervivencia de una de las señas de identidad de esta tierra.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 3 de Diciembre 2006