domingo, 3 de diciembre de 2006

Viñedos o zarzales


ESTA SEMANA hemos celebrado el día de San Andrés, una celebración de profunda tradición en nuestra tierra y en nuestras bodegas, que supone una referencia de primer orden en la cultura rural ya que en estas fechas abrimos las "pipas" para degustar los vinos recién nacidos del año que está a punto de terminar.

En estas fechas parece oportuno reflexionar sobre el momento actual que atraviesan tanto la viña como el vino, es decir, sobre uno de nuestros cultivos más importantes y de mayor arraigo en el territorio, con una fuerte implantación sobre el territorio, próxima al 50 por ciento del total de la superficie cultivada. Es por ello, que la viña además de historia y cultura, es paisaje y economía. Otro factor importante a tener en cuenta es que se trata de un cultivo sostenible, muy adaptado a nuestra geografía, desde la costa hasta los 1.600 metros de altura de la cumbre, cultivándose en todo tipo de suelos: lapillis, malpaíses, jables, arcillas, masapé, etc., poco exigente en agua, desde el secano más absoluto hasta apenas 2 ó 3 riegos anuales.
Sin embargo, este cultivo pasa por momentos difíciles. Existen serios problemas que amenazan su pervivencia. La comercialización parece ser el talón de Aquiles de este sector productivo. Incluso, tal y como señalaba la pasada semana el profesor Antonio Macías, ya existían este tipo de problemas aunque en otra escala en la temprana fecha de 1520, en la que se exportaba la nada desdeñable cifra de 10.000 pipas/año. Han transcurrido 500 años, hemos aumentado la población hasta más de 50 veces y sin embargo continuamos con serias dificultades para colocar un excedente cada vez mayor (unas cien mil pipas de vino que produce la Isla). Los hábitos y modas alimenticias desplazan -en especial entre los jóvenes- el vino respecto a otras bebidas. Otros efectos negativos "colaterales", recientes, que comprometen el futuro de este producto tradicional son el carné por puntos y las nuevas exigencias en los controles de los aeropuertos, por citar dos de los más conocidos. Toda esta incertidumbre creciente, a pesar de que los médicos recomiendan incluir en nuestra alimentación un consumo moderado de vino, englobado en las bondades de la dieta mediterránea. Muchos son los adversarios de nuestros vinos, desde las modas por las bebidas "blancas" hasta los bajos precios de los vinos importados y, sobre todo, la problemática derivada de la poca sustitución generacional en nuestros agricultores, cuya edad media envejece año tras año.
A pesar de ello, el vino continúa estando presente en cualquier rincón de nuestra geografía física o cultural, desde las misas en las iglesias hasta en el más perdido de los chiringuitos. La administración ha invertido ingentes cantidades en modernizar el sector, en construir bodegas comarcales o en sorribar nuevos terrenos. La enología insular lleva casi dos décadas sin parar de modernizarse y adaptarse a los nuevos tiempos, constituyendo un ejemplo para otros sectores de profesionalización y mejora constante. Fruto de este esfuerzo común los vinos canarios nada tienen que envidiar a los mejores vinos de la competencia externa. Y en este mismo marco hay que situar el papel de las denominaciones de origen, mejoras varietales, etc.
En resumen: tenemos historia, cultura y tradición, por un lado y, por otro, tecnología punta, inversión y magníficos enólogos. Lo que nos lleva a concluir que los problemas no vienen por estos lados sino por el ya mencionado de la comercialización. No hemos logrado aumentar la demanda entre nuestra población por los vinos autóctonos mientras que al mismo tiempo se ha producido un aumento considerable de la producción. Sin embargo, el mensaje para los cosecheros ha de ser positivo y de ánimo para no tirar la toalla ante esta incierta coyuntura. Debemos luchar para lograr una mayor cuota de ventas en el mercado local y lograr exportar una parte, sin dejar de innovar y mejorar en todas las parcelas de este sector. Con esfuerzo y perseverancia lo lograremos. De esta manera evitaremos que los zarzales invadan los terrenos de nuestro norte, hoy ocupados por las vides, o que las magarzas y escobones las sustituyan en el sotavento insular.
Todo este artículo de homenaje a la cultura del vino y a sus agricultores no equivale a rendir culto a Dionisios o al dios Baco, sino sólo reivindicar un producto de nuestra naturaleza que contribuye a mejorar nuestra salud, tomado con racionalidad. Un producto que es parte de nuestra cultura, del paisaje y de la economía de estas islas, para numerosas familias del archipiélago.
En definitiva, consumir un vino "del país" ayuda de forma importante a conservar la cultura y el paisaje rural de las Islas y a evitar -de esta manera- que nuestra tierra se cubra de matorrales y "malas hierbas", abandono y miseria. Por todo ello es importante celebrar estos días de San Andrés, para recordar la importancia que para nuestra sociedad tiene el vino y a revalorizar el trabajo, el sacrificio y el sudor de los que hacen posible la supervivencia de una de las señas de identidad de esta tierra.

Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 3 de Diciembre 2006