EL PASADO VIERNES, en el pleno del Cabildo Insular de
Tenerife, el grupo socialista presentó una moción sobre la calidad del aire en
la isla y el papel de la corporación en su protección. Es obvio que poco puede
hacer el Cabildo para resolver los problemas del cambio climático a escala
planetaria desde este minúsculo peñasco de 2.000 km2. Sin embargo, a la vez
parece claro que ninguno de nosotros puede esconderse, y menos las
instituciones públicas, para no actuar, tanto en el plano individual como en el
colectivo, para tomar medidas que palien lo que se nos viene encima, por vivir
de espaldas a las leyes de la naturaleza durante tanto tiempo. La necesidad de
un cambio de actitud y mentalidad colectiva se revela cada día como más urgente
y necesario.
La no actuación no haría más que darle la razón al Sr. Bush
y sus empresas asociadas, que durante tanto tiempo le ha echado al propio
planeta y a su dinámica natural los males que los hombres causaban. Cualquier
cosa menos poner en duda el modelo vigente desarrollista que tantas fortunas ha
generado en los países del Norte mega-industrializado. La línea es clara: más
derroche de recursos naturales, más consumo, más dinero y menos pensar en el
futuro. Que nuestros hijos se las arreglen como puedan.
Canarias no es un jardín del Edén que pueda estar al margen
del recalentamiento del planeta. Sobre esto no hay duda posible. Es verdad que
los datos estadísticos para medir este cambio son escasos y fragmentados, desde
los registros pluviométricos, temperaturas, aumento de la aridez, etc., a
diferencia de otros países europeos. Pero de la misma forma, a nuestro
alrededor se van consolidando los síntomas que revelan esta enfermedad
planetaria y que deben estar en los primeros lugares de nuestra lista de preocupaciones
presentes y futuras, no sólo por sus consecuencias meteorológicas a secas sino
con los problemas sociales que llevarán aparejados. Así, de esta forma, el
implacable y acelerado avance del desierto del Sahara hacia el sur, en los
últimos 40 años, va expulsando a las poblaciones y las obliga a emigrar,
superpoblando a su vez otros enclaves y generando nuevos problemas. De la misma
manera, a Europa y a Canarias, en particular, acabarán llegando en oleadas
crecientes de decenas de miles de esos "parias climáticos", sin nada
que perder salvo la vida.
Otros "testigos" africanos nos alertan de este
proceso catastrófico: es el caso del lago Chad (un fenómeno similar afecta
también al Mar de Aral, en Asia Central), hasta hace unas pocas décadas la
cuarta reserva de agua dulce de África, y se ha reducido en la actualidad a una
mínima expresión, con las consiguientes y terribles consecuencias para las
poblaciones limítrofes. Algunos de los afluentes de los ríos Senegal y Níger
han sido sepultados por dunas de arena.En conclusión: en nuestras cercanías el
desierto "camina" rápido e imparable hacia el trópico.
En nuestro territorio, en la escala local, también tenemos
muestras de este gran cambio del planeta. Hasta hace apenas un siglo se
utilizaban numerosos pozos de nieve en las cercanías del Pico Cho Marcial, la
cúspide central del Valle de Güímar, que luego se transportaban hasta Santa
Cruz o La Laguna. En cambio, en la actualidad rara vez nieva por debajo de los
2.000 metros de altura, tal como ocurría a menudo antaño. En los miles de
bancales abandonados del sotavento meridional de Tenerife, utilizados en su
momento por nuestros abuelos para cultivar cereales hoy sería casi imposible
obtener cosechas con los actuales registros de precipitaciones.Es decir, la
aridez también avanza enCanarias, aunque aquí se acabe transformando no en
arena sino en cemento.
ElCabildoInsular de Tenerife no puede ser ajeno a este
problema y desde hace casi dos décadas puso en funcionamiento el Instituto
Tecnológico de Energías Renovables, que ha contribuido en una reducción de
emisiones a la atmósfera de 232.000 toneladas de CO2. Con la puesta en marcha
de la nueva planta fotovoltaica de 20 MW se logrará evitar que se incorporen al
aire más de 24.000 toneladas cada año. El tranvía Santa Cruz-Laguna supone otra
apuesta importante en ese compromiso ambiental ya que supondrá un ahorro de
otras 6.000 tms. de gases causantes del efecto invernadero. Asimismo,
deberíamos ser capaces de conseguir que el tranvía se alimentase mediante energías
renovables. Si lográramos que la población colaborase y dejaran de circular
cada día 40.000 coches en Santa Cruz, reduciríamos anualmente hasta 230.000
tms. de dióxido de carbono. No hay una solución fácil ni una panacea que no
pase por ser solidarios con el medio ambiente y que entre todos vayamos sumando
granos de arena que permitan vislumbrar un futuro mejor para el hombre y la
naturaleza.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 4 de Marzo 2007