domingo, 29 de julio de 2007

Las montañas como factor limitante


EN POCOS LUGARES del mundo se conoce más de la doble insularidad: la isla y los barrancos. Los canarios han vivido desde la Prehistoria en un duro aislamiento, con distancias entre las islas, falta de calas que faciliten la comunicación por el mar y un régimen de vientos dominantes que dificultaban el transporte de personas. Esto, unido a la falta de economías complementarias entre las islas, multiplicaba el efecto del aislamiento. En este marco morfológico y socio-histórico, el barranco ha sido una isla en la isla hasta que las carreteras han roto las barreras físicas a lo largo del siglo veinte.

En la Universidad de Verano de La Palma hemos de hacer una lectura con algunos ejemplos: la Aldea de San Nicolás, Masca y Gallegos pueden ser ejemplos del "barranco isla". Hasta que en los años 60 llegó la carretera de Agaete a la Aldea de San Nicolás, las comunicaciones eran principalmente con Santa Cruz de Tenerife, a donde venían a comprar avituallamiento los aldeanos. Las comunicaciones del puerto de La Aldea a Las Palmas eran más dificultosas por la orografía de Gran Canaria y la existencia de vientos que complicaban la travesía. Sin embargo, hacia Santa Cruz tenían mejores vientos, con lo que los vínculos de los aldeanos con Tenerife se estrecharon. Además, los caminos de salida de Tejeda, Tamadaba y Andén Verde eran muy penosos y dificultosos, lo que favorecía las relaciones marítimas con nuestra isla.
Otro ejemplo de este fenómeno lo encontramos en el barrio de Gallegos, en Barlovento, que estaba aislado tanto hacia Garafía como hacia el resto del municipio, lo que, unido a la dureza del mar en el pequeño puerto de Prois, de Gallegos, provocaba en este barrio un aislamiento al que sólo llegaban azúcar, aceite y algunos otros avituallamientos. De tal manera que, a lo largo del siglo XX, en Gallegos más del noventa por ciento de los matrimonios se realizaban entre vecinos del barrio, en consecuencia, dando situaciones claras de endogamia en este marco isla entre los barrancos de Gallegos y Franceses.
En Tenerife encontramos casos similares a los ya mencionados, como Teno y Anaga. El exponente más claro de este fenómeno lo encontramos en los vecinos de Masca -los masqueros-, que han tenido un peso importante entre dicha comunidad. En ese sentido, también hay que destacar la personalidad de los llamados "montañeros" o vecinos de las montañas, tal y como se les conoce en Santa Cruz y La Laguna, y que, provenientes de Anaga, se asentaron en numerosos barrios de la periferia de estos municipios.
Anaga no es sólo paisaje agreste, laurisilva, hombres y mujeres de la montaña. Sus paisajes y sus gentes nos brindan vinos y vides prefiloxeras, papas borralla, ñames de la montaña y unos dulces de batata deliciosos. Todo esto y mucho más es la personalidad de Anaga, que siguen siendo las señas de identidad para muchos "urbanitas" que, siendo urbanos de nacimiento, se sienten identificados con las tierras de los padres y de los abuelos. Así pues, las montañas y barrancos de Anaga arrancan identidad, pertenencia, personalidad, sobre todo en una sociedad de la "playstation" y de otros tantos elementos estándares al uso.
Por todo ello, a la hora de leer en nuestro territorio la cultura de los hombres y mujeres que han convivido en esta peculiar orografía, que generalmente dominan a la perfección, en muchos casos territorio y cultura han sido aliados en esa dura lucha por hacer útil un territorio con numerosas dificultades.
La cultura de la montaña es una cultura cerrada, muy apegada al territorio, e implica un gran dominio de éste, mientras que la de las llanuras, ubicada cerca de las cuencas de los ríos, tiende a ser más abierta. La cultura de la montaña está, por tanto, viva y lo seguirá en la medida en que haya jóvenes que sepan leerla, entenderla y vivir con ella. De lo contrario, las paredes que tanto costaron levantar se nos caerán y la erosión devolverá a nuestra tierra a su estado primario.
Las paredes no han sido solo historia, cultura, esfuerzo, freno a la erosión, sino que, de alguna manera, han sido jardines en los que se pueden obtener frutos singulares y supervivencia; las paredes pueden ser también posibles naves de escape ante un futuro coyuntural adverso que nos obligue otra vez a mirar hacia el interior de la isla, hacia el barranco, y volver a una cultura de supervivencia repetida tantas veces en la historia de Canarias.
Los periodos de prosperidad siempre han sido cortos. Mantengamos la cultura del sacho y los bancales por si pinchan los neumáticos del carro alegórico de la Aldea Global. Por todo ello, este paisaje tendrá futuro si los jóvenes lo ponen en funcionamiento haciéndolo útil social y culturalmente. Ellos tienen la palabra.

Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 29 de Julio 2007