Cada poco emergen en nuestro yo actitudes que vienen de
lejos. En los últimos años, la cultura urbana, la posibilidad de conseguir el
puchero sin doblar el espinazo, sin mirar para el devaluado y machacado surco,
ha puesto el resto: la caza como deporte y como ocio, encontrándose los dos
valores tan distantes, cazador para conseguir proteínas para la familia, y la
caza como actividad noble de las familias de clases sociales acomodadas.
La urbanización de la vida y las costumbres hace que
nuestros cazadores pierdan, en muchos casos, gran parte de los valores de sus
padres, que mayoritariamente eran agricultores en primer lugar, con vínculos
muy próximos al suelo que pisaban, pues apenas había desplazamientos; se cazaba
y se moraba en el mismo territorio. Hoy las cosas han cambiado, pues la cultura
y la movilidad de los cazadores es otra. Así, los agricultores se encuentran no
sólo con una sociedad que cambia de valores, sino, sobre todo, con un entorno
cargado de vegetación y matorrales en tierras de antaño cultivadas -hoy
balutas-, o bien espacios protegidos cubiertos de vegetación que hacen de
refugio ideal para los conejos.
Sembrar y cultivar en dicho marco físico y legal pone las
cosas difíciles a los agricultores. Unido a ello, estamos ante un año seco, con
pocos pastos para los conejos, situación que se agrava en las proximidades de
las zonas quemadas por el incendio del pasado verano. Estamos en la obligación
de buscar alternativas que permitan la convivencia civilizada de ambos
intereses, máxime cuando oportunamente, gran parte de los cazadores siembra sus
papas o tiene vínculos próximos con los agricultores.
Hemos hecho numerosas asambleas con agricultores y cazadores
y tenemos que aplicar medidas que favorezcan la agricultura, causando el menor
deterioro posible a la población de conejos, capturándolos y trasladándolos a
lugares de menor actividad agrícola. Para ello hemos de contar con la
colaboración de los cazadores, que parece razonable que deben ser del lugar al
estar relacionados con los agricultores locales, ante la necesaria colaboración
de ambos, evitando los daños a los cultivos y también a la puesta de venenos
con la consiguiente alteración de la cadena trófica y el posible
envenenamiento, incluso, de los perros.
Hemos de tener presente que la zona de las medianías y las
Cañadas del Teide soporta la mayor presión cinegética de Tenerife, ya que los
espacios costeros están ocupados por la población. Por otra parte, la presión
cinegética en la isla es muy alta, más de 10.000 cazadores, con cifras
superiores a los 100.000 perros son números respetables.
En este marco en el que tenemos que hacer un esfuerzo
constante de entendimiento de encuentro entre los cazadores, la Administración y
los agricultores, en los que el punto más frágil, es decir, el agricultor, no
sólo soporta la sequía y toda una amplia problemática en el agro en Canarias, y
desde la Administración
no podemos mirar para otro lado y decir "no sabe, no contesta".
Tenemos la obligación de implicarnos y buscar alternativas que satisfagan a los
dos colectivos, es decir, cazadores y agricultores han de tener puntos de
encuentro que acepten a las dos partes, entendimiento que hemos de hilvanar en
los próximos días antes que el deterioro en los cultivos sea importante.
Por ello hemos de bajar la tensión, abriendo caminos,
veredas, andenes y todo un amplio abanico de acercar posturas, que haga posible
que agricultor y cazador sean una misma familia, en la que naturaleza,
agricultura y convivencia sean los beneficiados. Estamos a tiempo, está en
nuestras manos buscar soluciones al problema. Necesitamos tender puentes,
buscar entendimientos entre ambas partes. La agricultura y la cacería han
convivido desde la noche de los tiempos y hoy es posible y a la vez necesario
para ello. Los agricultores han de encontrar la colaboración de la Administración y,
por supuesto, la de los cazadores.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 30 de Marzo 2008