domingo, 27 de abril de 2008

Crisis financiera y alimentación


ESTA SEMANA se inauguró en Tenerife la Feria de la Alimentación 2008 y, por tanto, es una buena ocasión para comentar una problemática de la que hablamos poco, ya que el tema central mediático es la crisis financiera: banca, bolsa y materias primas, especialmente el petróleo, que si la cotización del Brent, que si las hipotecas subprime, etcétera. Sin embargo, apenas nos dicen nada de los alimentos, los llaman efectos colaterales, coste de la cesta de la compra y este tema es mucho más complejo porque no todo es cambio climático y aumento de la demanda en países emergentes y, sobre todo, porque no solemos hablar del modelo económico que da lugar a dicha situación

La producción de alimentos con métodos industriales con altos consumos de energía -mecanización del campo, transporte y conservación en frío-, unido a mejoras genéticas ha permitido mantener altos rendimientos en los suelos cultivados sin apenas campesinos, reduciendo de manera importante la superficie cultivada.
Se malentendió que el campo era posible sin ganaderos ni agricultores; viviendo en centros urbanos más del 50 % de la población del planeta y quedando en el agro cifras marginales de activos en los países industriales (en casi todos, menos del 10% de su fuerza de trabajo).
En Canarias tenemos cifras ridículas, ya que las estadísticas dicen que los agricultores no alcanzan el 5% de la población. El caso argentino es un ejemplo de libro: escasez de leche y carne y doblando los precios en los últimos meses en uno de los países con mayor potencialidad ganadera del planeta. Así, encontramos campo sin campesinos, pero los fertilizantes, la mecanización y la agroquímica no han podido sustituir a los agricultores.
Por otra parte, a la cesta de la compra dedicamos un bajo porcentaje de nuestros ingresos, aumentando los gastos en otras actividades alejadas del agro. Así, hace 40 años destinábamos a la alimentación más del 70% de los ingresos familiares y en los últimos años hemos destinado menos del 20% y la mayor parte se queda en industrias de transformación y distribución de los alimentos, degradando de manera importante los ingresos a los campesinos y devaluando económica y socialmente la actividad agraria. Esto ha provocado el alejamiento del campo de un alto porcentaje de jóvenes y, en consecuencia, el abandono de las tierras de rendimiento marginal y otros no marginales.
Se ha confundido agricultura con industria. El campo no es una fábrica de tornillos; valga como ejemplo que en 1993 España tenía 1.600.000 vacas. Plantearon que sobraban vacas de leche, las dejaron en 750.000 y ahora no hay leche, pero incorporar vacas y nuevos ganaderos al proceso requiere varios años. Ahora, cuando hacemos la compra y vemos los precios de la leche, los huevos o la carne, lo asociamos a los biocombustibles y no hablamos de cómo hemos maltratado el campo.
En el caso canario, se han urbanizado los mejores suelos y se ha asociado a la agricultura como una actividad marginal, esto es, trabajo antiguo poco rentable para personas mayores. Aquí, en nuestras islas, los centros de Formación Profesional relacionados con el campo apenas tienen alumnos. En las islas de la Macaronesia parece que aún no nos hemos enterado de lo que ocurre en el mundo, que la abundancia alimenticia toca su techo, que los planteamientos de los países ricos de acabar con el hambre en el mundo en el siglo XXI como el objetivo del milenio -cortando de manera drástica la penuria, el analfabetismo y la mortalidad infantil en los países más pobres-, es una ilusión y que está ocurriendo todo lo contrario. Estos planteamientos no son exclusivos de quien escribe estas líneas, sino compartidos por autoridades como la directora de la ONU para los alimentos, la norteamericana Josette Sheean. Es decir, el aumento del precio de los alimentos está incrementando el número de personas que pasa hambre en el mundo, algo que nadie podía imaginar al inicio del siglo XXI.
Aquí y ahora hemos de cambiar el chip hacia el campo, apoyando un agro de autoabastecimiento en aspectos básicos para tener una menor dependencia del exterior. Hemos de potenciar la producción local, pero también limitar las importaciones de choque que de manera coyuntural hunden los ingresos a los agricultores locales. Hemos de entrar en una política que ponga recursos materiales y formativos y educativos dirigidos a la potenciación del agro y el medio ambiente. Tristemente, era predecible lo que está ocurriendo, pero estamos a tiempo para tomar medidas y evitar que se agrave. Dediquemos unas líneas para hablar y concretar una política agroambiental con los pies en el suelo, pues hasta ahora parece que hay más preocupación por los problemas financieros que por la crisis alimentaria, cuando debería ser al contrario.

Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 27 de Abril 2008