domingo, 9 de noviembre de 2008

No es oro todo lo que reluce


CON LAS LLUVIAS de los últimos días de octubre, la piel de la mitad norte de la Isla ha cambiado de color y el ocre está siendo sustituido por el verde. Sin embargo, si nos paramos y leemos con detalle en nuestros montes, lo que había sido un peligro de incendios en amplias zonas de la Isla, ahora queda mitigado por el entorno húmedo que rodea amplias superficies cubiertas de plantas sin apenas vida, tales como brezos, fayas, o aceviños totalmente secos, y en consecuencia, son un foco de peligro para el próximo verano.

La lectura que hacemos en los cuidados del monte no reconoce una serie de aspectos que tenían claro nuestros queridos campesinos, como el corte de tronco de nuestro monte verde, que era una necesidad económica y también ambiental, así como horquetas, varas, leña o monte para la cama de los animales que la naturaleza regeneraba.
Al brotar o reventar de troncos el monte, sobre todo, en los lugares de suelo más pobres o en las laderas de monte verde orientadas al oeste o al sur -zonas de mayor insolación y menor humedad del alisio-, o bien en las cresterías de las laderas, generalmente ocupadas por brezos, fayas o aceviños, la menor humedad y los efectos del viento hacen que los brezos estén secos en numerosos casos, puesto que la única manera de mantenerlos vivos es el corte de tronco, ya que no hay humedad suficiente para mantener una planta cargada de rama, sobre todo, ante un año seco como el presente. Por ello, la supervivencia del monte pasa por los cortes de dichas plantas cada determinado número de años.
Estos temas de mejora de la masa forestal para evitar incendios o plagas no están previstos en las leyes de conservación, dado que se ha planteado un modelo del monte como elemento ambiental y de contemplación, arropado por una cultura urbana que propone que no se toque nada en la naturaleza. Todo esto enmarcado en un contexto económico-social que no ha previsto el coste económico que supone gestionar media Isla protegida, con cultura de funcionarios, no asociando al campesino como un aliado en el cuidado de la naturaleza; como jardinero de las tierras que cultiva y posible colaborador en la gestión de los espacios que declaramos protegidos.
En este sentido necesitamos una participación viva entre campesinos y autoridades locales como administración más próxima al monte. A su vez, son los titulares de la mayor parte de los mismos, por lo que deben velar para que la actividad agro ganadera se consolide y logremos que los paisanos sean aliados en las labores de limpieza y conservación del monte, sobre todo en las zonas de confluencia entre tierras de cultivo y áreas forestales. También hay que propiciar puntos de encuentro y de confluencia más fluidos entre los gestores del monte y campesinos, situación en la que creo que hemos mejorado, sobre todo, en aspectos como las quemas controladas, mejores relaciones entre agricultores, agentes y técnicos de medio ambiente.
Sin embargo, aún tenemos un déficit de confianza mutua, en la que necesitamos mejorar las relaciones, con una mejor comunicación y recuperando niveles de entendimiento donde el interés público prime sobre cualquier otro planteamiento. Quisiera dejar claro que los que trabajamos en la gestión del medio ambiente en la Isla no estamos en conflicto con los que cultivan la tierra. Solamente creo que hemos de alcanzar acuerdos y puntos de encuentro entre agricultura, ganadería, gestión y conservación del monte, con cauces de diálogo permanente entre agricultores y gestores del monte, donde las multas y penalizaciones sean el último recurso.
Por otra parte, las medidas conservacionistas no deben ser un marco teórico disciplinario que parta de un despacho, aunque éste tenga la mejor intención. La conservación de la naturaleza debe estar sustentada en un compromiso colectivo en el que los más próximos, los agricultores, deben estar convencidos de que lo que hacemos es lo mejor para la naturaleza y, por supuesto, también para sus intereses. Haremos un mal servicio al medio ambiente si éste se apoya en el talonario de sanciones de manera permanente. Nos tememos que la actual situación de sanciones, con un marco jurídico rígido en la mano, esté poniendo a la Agencia de Medio Urbano y Natural en una situación que crispa el ambiente. La vía de penalización debe ser la última opción, ya que, de otra forma, genera problemas. Así, el plan de medidas urgentes que se pretende aprobar tiene que ayudar a acercar posiciones entre los administrados y la Administración, buscando el entendimiento y el consenso y recurriendo, sólo en última instancia, a la sanción.

Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 9 de Noviembre 2008