LOS LAMENTABLES INCENDIOS FORESTALES acaecidos
recientemente en Grecia y en Canarias nos llevan a hacer una comparación, de
una manera proporcional, a los casos de Tenerife y Grecia. No sería riguroso
hacer una lectura de ambos casos sin conocer que ambas realidades, sociales,
geográficas y económicas de los territorios afectados son prácticamente las
mismas. Si bien los griegos no tienen un relieve volcánico como el nuestro, la
topografía, es decir, el sistema de montañas, barrancos, las temperaturas y el
régimen de lluvias, coinciden mucho con los de las islas occidentales de
nuestro archipiélago.
Los llamados "cuatro 30", tan nefastos para
cualquier incendio, han sido los desencadenantes de estos acontecimientos: más
de 30º de temperatura, humedad inferior a un 30%, pendientes superiores a un
30% y una velocidad del viento de más de 30 km/h. Estos elementos coincidieron
en Tenerife en los últimos días de julio y se han repetido en Grecia,
desembocando en los sucesos que todos conocemos.
Por otra parte, Grecia y Canarias presentan características
similares, con una población agrícola y ganadera dispersa en el territorio, con
caseríos aislados propio de las malas comunicaciones, y con un sobrepastoreo de
cabras y ovejas que llegó a suponer 10 millones de cabezas de ganado en los
años 80, es decir, más de 100 cabezas por km2, mientras que en Tenerife llegamos
a tener más de 60 en su día. Tanto en un lugar como en otro, la limpieza del
campo se hacía a través de este extensivo pastoreo, teniendo en cuenta que, por
ejemplo, el estómago de un animal caprino necesita entre 6 y10 kilos de hierba
por día. Es por ello, que en estos espacios con amplias superficies de suelos
improductivos y una superficie agrícola que en ninguno de los casos alcanzaba
el 25% del territorio, nos debe hacer pensar en los cambios producidos en la
Península del Peloponeso son muy similares a los que hemos experimentado en la
sociedad canaria en los últimos 30 años.
Tanto los griegos como nosotros, hemos estabulado gran parte
de nuestra cabaña ganadera, abandonando el tradicional sistema de pastoreo,
cambiándolo por el turismo y una sociedad urbanizada socialmente y
económicamente. Por ello, lo que aquí llamamos pamascos, -vegetación seca en
tierras balutas-, antaño cultivadas y hoy abandonadas, son las que
desgraciadamente predominan en ambas geografías. En Tenerife hemos pasado de cultivar
50.000 hectáreas a 20.000 en la actualidad. Una parte importante de estas
tierras están invadidas por el monte y, por eso, los pamascos en las tierras
sin cultivar juegan un papel importante, ya que numerosos caseríos que fueron
habitados por agricultores que ejercían de tales, fueron quedándose aislados
dentro de unas tierras sin productividad y rodeados de masa forestal.
Es aquí donde debemos de hacer una seria y profunda
reflexión y comparar la situación del Peloponeso griego con la realidad de Tenerife
y Canarias. ¿Cuáles son los costes económicos y ambientales de una sociedad
desarraigada, con una población que reside en el campo pero que ignora la
gestión y la responsabilidad de su entorno? Una sociedad que en nombre del
libre comercio y de la aldea global importa los alimentos del exterior y que no
defiende las producciones locales -en las que incluimos las cabras que se
alimentaban con forrajes importados cuando antaño le quitaban a la piel de la
Isla 400 toneladas diarias de pasto que ahora son combustible para los
incendios- e infravalora los sacrificios de los hombres que han sido durante
siglos los jardineros de nuestro medio rural, con coste cero para la
Administración.
Hemos visto opiniones generalizadas que han salido en los
medios que solo entienden que la prevención y la extinción del fuego pasa por
tener más equipos humanos y materiales. Es desde este ámbito y en el marco de
un debate que no entre en la dicotomía de lo urbano-rural, donde debemos hacer
una amplia reflexión para hacer un cambio en los valores medioambientales que
hemos utilizado hasta ahora, revalorizando un medio olvidado y maltratado como
es el rural en nombre de una modernidad y un progreso mal entendido y
reconociendo que la Administración no puede asumir la gestión de todo el
espacio medioambiental y rural como si de una finca particular se tratara, ya
que el mejor gestor de todo este patrimonio ha sido y lo sigue siendo el
campesinado de nuestras islas.
Por último, agradecer y reconocer una vez más el trabajo
bien hecho de los ayuntamientos, distintas administraciones, vecinos, personal
de Medio Ambiente, Policías Locales, Guardia Civil, Ejército, Policía Nacional,
que a través de una perfecta coordinación con el centro coordinador de Medio
Ambiente, (CECOPIN), evacuaron en un tiempo récord a 8.000 personas de las
áreas incendiadas con un peligro potencial de daños en las personas, impidiendo
así lo que desgraciadamente no se pudo evitar en el país heleno.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 2 de Septiembre 2007