LAS HOGUERAS de San Juan constituyen una tradición de
nuestra cultura. Ya desde la época precristiana, los guanches rendían culto al
sol con el Beñesmén. Esta actividad, de la que se hacen eco los cronistas
Torriani y Abreu Galindo, se celebraba con la llegada del solsticio de verano y
en ella se hacían fiestas y fuegos, llegando incluso a una tregua en los
conflictos existentes para participar todos juntos de la misma. Sin embargo,
ahora se produce un nuevo marco de relaciones socioculturales en las que tienen
poco que ver la simbología del fuego, el sol y el solsticio.
En los últimos años las hogueras de San Juan son tradición
con un componente nuevo, ya que surge una oportunidad para la eliminación de
objetos que molestan. En unos casos, el marco legal rígido no gestiona o crea
numerosos trabas burocráticas y en otros, bien la comodidad y la ignorancia,
hacen que acumulemos todo tipo de elementos y residuos para eliminarlos en la
noche de San Juan.
Estas líneas pretenden hacer una reflexión ambiental de una
situación nueva, pues las hogueras han alcanzado una situación que rompe
totalmente con el fenómeno tradicional del Beñesmén, creando problemas de
riesgos para el medio ambiente y la salud.
En la pasada noche de San Juan ardieron en Tenerife miles de
hogueras que dieron lugar a numerosas alarmas, más de sesenta, con una amplia
movilización de los equipos de Medio Ambiente, Bomberos, Policías Locales,
Protección Civil, etc. Durante esa noche contemplamos desde las cumbres de la
isla zonas como el Valle de La
Orotava o Güímar constituidos como paisajes cubiertos de una
capa de humo -cargada en muchos casos de productos tóxicos- y fuego que
desdibujaban la visión nocturna de dicho territorio.
En este nuevo marco de relaciones en el medio rural, las
hogueras y los cohetes crearon el pasado lunes incendios en lugares
desconocidos en el mapa de riesgos de incendios de Tenerife. Así, por ejemplo,
en el sur de Anaga, próximo a los caseríos, tuvimos varios conatos, ya que la
pérdida de la cultura del pastoreo, y en consecuencia, la existencia de pastos
secos, junto a los cohetes y hogueras, nos obligaron a realizar actuaciones en
numerosos puntos.
Los más destacados se produjeron en Cueva Bermeja y Valle
Crispín, en el que hubo un fuego importante que obligó a la actuación de las
brigadas forestales del Cabildo y en la que las llamas alcanzaron en algunos
momentos un frente de unos 300 metros. De esta forma, tuvimos a los equipos
forestales en esta novedosa lucha contra el fuego, entre cardones y tabaibas,
distrayéndolos de los montes para cuidar las zonas pobladas en la costa;
situación totalmente inusual en nuestra geografía.
Otra novedad de la noche de San Juan son los combustibles
para las hogueras. Hasta hace unos años reuníamos materiales naturales del
entorno para la hoguera, ésta era eminentemente rural; ahora, las hogueras
tienen un gran peso periurbano y en la misma quemamos numerosos objetos
tóxicos. La hoguera de San Juan es la ocasión para liquidar envases de veneno,
plásticos de invernaderos, neumáticos, colchones y una amplia gama de
subproductos que amontonamos en los entornos a lo largo del año. La noche de
San Juan, es con toda seguridad, la noche más contaminada del año porque no
sólo lanzamos a la atmósfera numerosos gases contaminantes, sino que creamos un
aire irrespirable para nuestros vecinos. El fuego, ahora, no es un elemento
purificador, como en teoría lo hacía antaño, sino contaminante.
Sería deseable que tanto los vecinos como los ayuntamientos
y el resto de las instituciones y administraciones comenzáramos con una nueva
mentalización para los próximos años, donde los aspectos tradicionales de la
hoguera no sean alterados por una cultura incívica que aprovecha la ocasión
para quemar en la misma objetos que tenemos que reciclar con métodos indicados
y que nunca deben quemarse sin tomar las medidas adecuadas y oportunas para
preservar la salud y el medio ambiente.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
EL DIA, 29 de Junio 2008